CON 12 años Unai Garma echaba la quiniela con su familia. Con 16 apostaba al fútbol con los amigos. Con 19, solo, incluso al bádminton en Tailandia. "Cuando empecé, como me gustaba el deporte y sabía quién era bueno o malo, pensaba que era fácil ganar, que me haría millonario, pero perdí el control y terminé robando dinero en casa", confiesa. En concreto, el que tenían ahorrado en una hucha para irse de vacaciones. El que echó en falta su madre, que buscó ayuda en Ekintza-Aluviz y le puso un ultimátum: "O vas a la asociación o te echamos de casa. Tú eliges". Y a Unai no le quedó otra que tragar, aunque aquello le pareciera "un gueto".
Su primera terapia grupal coincidió con su vigésimo cumpleaños. Ya es mala suerte. O no. "Pensé: El peor día de mi vida. Esto es una mierda. Llegué y me encontré con gente de 45 o 50 años que llevaba 20 jugando, que había tenido que vender su casa para pagar sus deudas e irse a vivir con sus padres, personas divorciadas que no podían ver a sus hijos... Me impactó y me asusté: Ostras, pues igual es más peligroso de lo que yo pensaba", relata.
Aquel aniversario que se las prometía como el más desdichado de su historia, aquella jornada en la que no quiso celebraciones ni regalos, recibió muchos mensajes de familiares y amigos "remarcando las cosas positivas" que tenía. "Me sirvieron para abrir los ojos y decir: ¿Qué estoy haciendo? Ese día se alinearon los astros y cambié el chip. Dije: Tengo que tirar para adelante porque me estoy destrozando la vida. Siempre va a ser mi mejor cumpleaños", rectifica hoy día.
A sus 24 años, Unai, ludópata rehabilitado, profesor de Primaria, voluntario de la asociación de Barakaldo de la que renegó en primera instancia, da la cara para que otros jóvenes se vean reflejados en él y pidan ayuda hayan o no tocado fondo. Él no lo hizo ni aquella fría noche que estuvo deambulando por Bilbao tras gastarse el dinero que le habían dado para cenar y salir de fiesta con los amigos. "De camino me lo aposté. No podía ir a la cena con cero euros ni volver a casa. Estuve toda la noche rondando, llorando en la calle solo, pero no pedí ayuda", cuenta. Tampoco lo hizo cuando el juego le tenía tan absorbido que no podía ni conciliar el sueño. "Me tiraba noches sin dormir pendiente de alguna apuesta o por la ansiedad que me creaba todo lo que estaba perdiendo. Estaba metido en el agujero y tenía pocas ganas de vivir. Deseaba que me pillaran para poder salir de esto".
Cuando Unai empezó a invertir la paga en las apuestas deportivas junto a sus amigos le faltaban dos años para la mayoría de edad. "No había mucho control porque yo apostaba siendo menor, por ganar dinero y por la emoción que le daba al partido. Te divertías, nos picábamos entre nosotros: Yo he acertado más...", recuerda. Hoy día, como voluntario, también conoce casos de adolescentes que juegan pese a tenerlo prohibido. "En los salones controlan el acceso, pero ¿quién puede hacerlo del todo bien si tiene que atender también la barra? Si te ven pasar y te ven pequeño, te piden el DNI, pero es muy complicado", señala. Tres cuartos de lo mismo, dice, pasa en los bares. "Hay una máquina de apuestas y el que está sirviendo no puede estar pendiente de todo".
Consciente de estas dificultades, Unai pide que en los salones de juego "haya un control de acceso exhaustivo como hay en los bingos o en los casinos, donde hay una persona en la entrada fichando quién entra y quién no". Además, propone "retirar las máquinas tragaperras y de apuestas de los bares y llevarlas a locales de juego específicos, donde haya unas canceladoras para controlar el acceso, como hay en otras comunidades autónomas".
Estos son tan solo dos ejemplos de "las cosas que quedan por hacer", aunque con la próxima reforma del Reglamento General del Juego, dice, "se darán pasos adelante". "Se están haciendo bien las cosas. Las medidas anunciadas son positivas, van a reducir los locales y restringir la publicidad, pero reivindico también la prevención: dar charlas o talleres", plantea. De hecho, trabaja en "un proyecto, A90º, para concienciar sobre la ludopatía en el ámbito escolar y deportivo y cuidar el bienestar y la salud mental de los jóvenes, que son el futuro de la sociedad".
Unai conoce a personas que "han ganado 10.000 euros y se han dejado al día siguiente 20.000". Él no sabe lo que ha podido perder jugando ni falta que le hace. "Me aposté todo el dinero al que tuve acceso. Si hubiese tenido un sueldo, me lo habría gastado. Nunca lo he calculado porque me iba a llevar un mal rato y ya no lo voy a recuperar. Lo importante es salir de ahí", explica.
Sacando la cabeza del pozo y, tras año y medio de terapia, el resto del cuerpo, Unai no habrá recuperado lo gastado, pero si la salud y las riendas de su vida. "Afecta al entorno social, familiar, bajé mucho mi rendimiento académico, me ahogaba en los entrenamientos por la ansiedad, estaba muy cansado psicológicamente de no dormir, de la preocupación... Es como una espiral", dice.
Un centrifugado del que cuesta escapar. "Hay gente que tiene que vender su casa e irse a vivir con sus padres, que se endeuda para veinte años e incluso de por vida. Salir de una adicción no es fácil. Yo, hasta que no me pillaron, no quise ayudarme a mí mismo", se sincera y anima a quien esté en su anterior pellejo a no esperar. "Intentar rehabilitarte es la mejor decisión que puedes tomar", asegura y advierte que "con las apuestas on line en pocos meses puedes liarla monumental y desarrollar una adicción que te mata".
Agradecido a su familia, que "lo pasó muy mal", por darle "el empujón que necesitaba", Unai cuenta su vida a cara descubierta, aunque a su madre le preocupa que le afecte en el trabajo. "Le digo: Ama, yo quiero ayudar y es importante que la gente joven tenga un referente de su edad y vea que se puede salir de ello".