Durante 15 o 20 días al año, a modo de capricho, en Arabia Saudí brota, de vez en cuando, dependiendo de la cantidad de lluvia, una rareza. Una extravagancia de la naturaleza que alumbra flores, a las que se conoce como la lavanda del desierto.
El acontecimiento es tan extraño, disruptivo, singular y, sobre todo, valioso, que los habitantes de Arabia viajan al encuentro de ese oasis de vida vegetal, un vergel de arrebatadora belleza.
Por eso, para presenciar hipnotizados esa explosión de vida, los ciudadanos se ocupan en alejar a los camellos de esos campos, fértiles por un puñado de días, para que los moradores del desierto no se coman las flores.
Al ser humano le atrae, irremediablemente, la belleza. Le subyuga. Si encima es puro capricho, más aún. Un mar de flores es un espectáculo irrenunciable cuando el paisaje es un océano de arena. En el desierto también pueden crecer las flores. Lo inopinado ocurre también en uno de los ecosistemas más hostiles para la vida.
Victoria de Van Uden
Entre las dunas, los riscos y los caprichos de los jeques, el AlUla Tour, la carrera que discurre en el desierto, contempló la génesis de lo extraordinario. El día, diseñado para finalizar deprisa, en un esprint, descubrió a Casper van Uden, un velocista sin palmarés en el profesionalismo.
El joven neerlandés, apenas 22 años, derrotó a Dylan Groenewegen, 70 triunfos en las vitrinas, y a Tim Merlier, que cuenta 34 celebraciones. Nadie esperaba a Van Uden en su bautismo. Encontró agua y gloria. El neerlandés se desprendió de su lanzador, que le señaló donde situarse.
Lo acomodó entre los más veloces. A partir de ahí, se buscó la vida como un zahorí que lee las corrientes de agua que circulan bajo la dermis de la tierra a modo de un visionario.
Van Uden, un muchacho, debía gestionarse ante los reputados guepardos. Parecía una presa fácil, Van Uden, el inesperado. Tal vez por ello, cuando arrancó con el espíritu de los rebeldes, pensaron que su disparo se quedaría corto. Erraron el cálculo por un fotograma.
Groenewegen, perteneciente al equipo que da nombre a la carrera, se activó para borrarle como las ráfagas de viento desmemorian las huellas sobre la arena, pero se perdió.
Van Uden no cedió a pesar de la atosigante presión de Groenewegen y el acelerón de Merlier. La photo finish, el ojo que determina las victorias apuradas, al límite, retrató a Van Uden, que alzó los brazos en diferido.
Larga fuga de Unai Zubeldia
También venció, brazos al cielo, Unai Zubeldia, de estreno en el profesionalismo con el naranja del Euskaltel-Euskadi. Procedente del filial, en su primera carrera, el de Ibarra, apenas 20 años, demostró arrojo, determinación, descaro y fuerza.
En lugar de camuflarse en el gris marengo, el color que no desentona en la primera boda, decidió brillar y que los focos girarán sobre él en su encuentro con el profesionalismo.
No se asustó Zubeldia. Al contrario. La actitud es un intangible. La posee el guipuzcoano, un tallo de 1,86 metros y 68 kilos. Desdeñó pasar desapercibido. Aunque el vivero de ciclistas vascos opta por una maduración más lenta, Zubeldia se subió al galope como un Lawrence de Arabia, que luchó en favor del pueblo árabe contra los turcos.
Aquel hombre, la leyenda, falleció cuando, montado en una motocicleta, trato de esquivar a dos ciclistas en un día de tormenta. En el desierto no llovía, pero floreció Zubeldia en su viaje iniciático hacia lo desconocido, hacia el futuro.
Se aventuró a la carretera con el petate de los que se embarcan en la confianza de sí mismos. Sin espejismos. Nada de excusas. Recorrió buena parte del desierto. 120 kilómetros. “El equipo me puso como objetivo intentar coger una fuga para tener un buen debut profesional”, dijo Zubeldia, atento desde la salida. Allí se agarró a la aventura hasta el final.
“Hemos trabajando bien juntos. En la parte final no hemos quedado dos corredores, pero con la mala suerte que mi compañero de fuga ha pinchado”. Pschhhhhh…. El sonido de la soledad. Zubeldia, concentrador, magnífico rodador, no se quejó. Nada de rendirse. Continuó adelante con energía.
Corriendo libre hasta que le cazaron a 15 kilómetros de la sorpresa de Van Uden. Ambos, cada uno agarrado a sus logros, subieron después al podio. El neerlandés, como ganador y primer líder, y Zubeldia como vencedor de las metas volantes y el más combativo.
Lo fue de punta a punta. “Ha sido el debut soñado”, subrayó. Los dos sostenían un pequeño ramo de flores. No eran las lavandas del desierto, pero eran un estupendo regalo. Las flores del desierto.