Quedan menos de nueve meses para las elecciones y la derecha navarra todavía no sabe con qué siglas ni con qué alianzas irá a las urnas. No es algo excepcional –en 2019 Navarra Suma no se concretó hasta febrero–, pero que no haya todavía un proyecto claro y consolidado dice mucho de las dudas que existen hoy el regionalismo foral, que se debate entre recuperar su marca y apostar por un proyecto autónomo, o compartir proyecto con el PP para evitar una división del voto de incierto y arriesgado resultado.
En todo caso, a estas alturas queda claro ya que Navarra Suma no repetirá como marca electoral. Aquella apuesta sirvió para acumular fuerzas en un momento en el que la irrupción de Ciudadanos y de Vox amenazaba con atomizar a la derecha. Y aunque facilito la recuperación de algunas alcaldías, ya fuera por mayoría absoluta o como fuerza más votada, los 20 escaños logrados en el Parlamento han tenido escasa influencia en el Gobierno foral. Por no decir nula.
Pero el escenario ha cambiado mucho desde entonces. Ciudadanos es hoy un reducto de lo que algunos creyeron que podría llegar a ser. UPN sigue sin salir de la crisis de identidad en la que anda sumido desde que rompió su alianza con el PSN y el PP observa con interés los movimientos de la nueva plataforma que han puesto en marcha Sergio Sayas y Carlos García Adanero. Por primera vez, los populares pueden plantear una alternativa solvente capaz de hacer competencia a su histórico socio en Navarra y hacerse con un espacio propio que nunca ha podido consolidar.
Clima de desconfianza
Es el tablero sobre el que se va a negociar esta nueva coalición electoral. Más allá de intervenciones públicas pensadas para fijar una posición de fortaleza, unos y otros parten con la premisa de reeditar una alianza que siempre les ha sido cómoda, y que abordará todo el ciclo electoral. De las autonómicas y forales de mayo hasta las generales previstas para finales de 2023. Hay alicientes de sobra, en uno y otro lado, para materializar una nueva coalición.
Pero el proceso no ha empezado con buen pie. La rivalidad es pública y evidente, y se ha traducido en un cruce de reproches que augura dificultades en la negociación. Las palabras de esta semana de Javier Esparza acusando al “equipo de Feijóo” de “incontinencia verbal” son una prueba más de que el acuerdo está lejos todavía.
El tira y afloja comenzó ya en verano. Unas declaraciones del número tres del PP, Miguel Tellado, en el diario ABC, en las que mostraba su voluntad de que las siglas del PP estén en la próxima papeleta electoral llevaron a Javier Esparza a dar por “finiquitada” Navarra Suma. El líder de UPN no oculta su malestar por que los dirigentes del PP le envíen mensajes a través de la prensa y trata de zafarse de la presión dando largas al acuerdo. El tiempo, a fin de cuentas, juega de su lado.
Pero lejos de ser un portazo, la discusión es solo una forma de marcar terreno. Esparza quiere un proyecto “sin ataduras” y “propio para Navarra”. Manos libres para elaborar las candidaturas, para negociar acuerdos y, llegado el caso, para buscar un acercamiento al PSOE que le permita volver al Gobierno foral.
En el PP sin embargo se ven las cosas de distinta manera. Tras la humillación de hace cuatro años –se quedó sin diputado y con solo dos de los 20 escaños en Navarra–, los populares reclaman mayor protagonismo institucional. Las encuestas les dan al alza, han absorbido los votos de Ciudadanos en el resto del Estado y la ruptura interna en UPN ha evidenciado las debilidades del liderazgo interno de Esparza. Así que reclama lo que nunca ha tenido: que su sigla esté presente en la papeleta electoral y un reparto de puestos al 50%. La propuesta es de máximos, pero dibuja el marco de negociación del PP. En Navarra es ahora o nunca.
Hay además una cuestión importante. En el PP no se fían de Esparza. Recelan tras su maniobra junto al PSOE en la reforma laboral y evidencian una clara falta de sintonía personal. No han gustado en Génova las formas con las que el líder de UPN se ha dirigido a ellos en las últimas semanas, acusándoles de desconocer la realidad navarra. Y aunque recientemente ha habido intentos de distensión, la desconfianza ha dejado poso en quienes deben negociar la letra pequeña de un posible acuerdo.
Todo en cualquier caso queda en manos de Feijóo y de Esparza. Ambos se reunieron en julio y se emplazaron a estas fechas para tomar una decisión para la que UPN no tiene prisa, pero que urge en Madrid. Si el PP quiere montar una proyecto alternativo, ya sea en solitario o de la mano de Sayas y Adanero, necesita empezar cuanto antes a preparar candidaturas municipales. Su implantación territorial es muy escasa y esa es una debilidad que juega en su contra.
Entre tanto, UPN encara su futuro sin más análisis estratégico que el corto plazo electoral. Sin apenas debate interno y con la resignación de quien asume que, salvo vuelco electoral, está condenado ya a otros cuatro años de oposición. La decisión final determinará el futuro de la derecha en Navarra, pero no va a arreglar el problema de fondo de un partido que no acaba de decidir si quiere ser un proyecto regionalista o la franquicia de la derecha española en Navarra. Difícil panorama.