A Marijn van den Berg le sienta bien Mallorca, una isla del tesoro para él. El cofre repleto de dicha lo encontró en un mapa que conoce de memoria. No necesita consultarlo. Está escrito y cincelado en el arcano de su cerebro.
Le basta con poner el piloto automático para acceder a ese lugar, que en realidad no tiene que ver con la coordenadas o con una dirección concreta. Era una sensación. Al neerlandés le guía el instinto de la experiencia y el aprendizaje.
Aprendió a ganar en el mismo rincón de la isla hace un par de años, aunque entonces, el frío, la lluvia y la nieve determinaron la temperatura de la Challenge de Mallorca, a la que le castañeaban los dientes, aterida en un invierno extraño en la isla.
“Mi victoria hace dos años fue muy diferente porque hoy tuvimos una buena temperatura. El equipo hizo un gran trabajo para protegerme del viento y estoy muy feliz. Me gusta mucho Mallorca”, dijo tras abrir la vitrina del Education First.
Es un gran destino Mallorca para Van den Berg, luminoso. Así que tiró del hilo de aquella sensación para imponerse a Turgis, Blikra, Girmay, en su estreno, o Gaviria. El neerlandés remontó a Blikra que se equivocó al medirse con el viento de cara. Demasiado tiempo enfrentándose a él.
Remontada del neerlandés
Le partió el rostro mientras Van den Berg empleó al noruego a modo de carenado para su asalto. Eso le facilitó la remontada ante rivales como Girmay, vencedor de tres etapas en el pasado Tour, o Gaviria, que no halló la rendija por la que sortear el tráfico del esprint.
El colombiano, que no es aquel esprinter tan veloz de antaño, necesita anticipar. No lo hizo y quedó emparedado entre los tabiques de músculo que despliegan los fornidos velocistas. Van den Berg se abrió paso en el momento preciso. El pasado curso fue cuarto en el mismo Trofeo. Esta vez se adjudicó el Ses Salines, que fijó el final en La Colònia de Sant Jordi, al galope.
Era una jornada para los velocistas, lejos del barniz de clásica que impregnó la víspera y que concedió galones a Jan Christen en una prueba que se corrió a dentelladas.
El operativo en el segundo trofeo de la Challenge cosía la lógica de los velocistas y la de una fuga sin demasiado carrete, recostada en el hilo de costa, con esas vistas al mar que atemperan el alma en los días azules y de sol acariciante. Apenas hubo un señuelo con la fuga para mantener encendida la trama antes de que los equipos de los esprinters fijaran las líneas maestras del final.
Fuga sin futuro
El grupo dejó hacer hasta que quiso. En la escapada no había ningún representante del WorldTour pero sí buenas intenciones y ganas con Curto (Illes Balears Arabay), Fernández (Burgos-BH), Martínez (Sabgal), Radcliffe (XSpeed), Craine y Lange (Project Echelon Racing).
Con eso, en el ciclismo actual, no alcanza. Hay demasiado en juego. Es una quimera subvertir el orden cuando los puntos UCI cimbrean en el horizonte.
La fuga cedió por pura inercia. El entramado del esprint se conformó para acceder a una llegada picuda, en la que se destacó el neerlandés, de regreso a los buenos tiempos en Mallorca. Van der Berg sabía el camino.