Van der Poel se talló a sí mismo con otra exhibición irracional en la París-Roubaix, donde coleccionó otro laurel. Su tercera corona consecutiva. Rey de las piedras. Le pertenecen. Monumental el neerlandés, consagrado después de imponerse en el Infierno de Norte, un vergel para él.
El paraíso de las piedras extendió una alfombra roja para Van der Poel tras una carrera formidable, en la que Tadej Pogacar le discutió cada palmo de terreno hasta que una caída, tras cometer un error en la trazada de una curva, le nubló el horizonte. Un sonrisa se posó sobre Van der Poel, cuya técnica, le elevó a la gloria.

Van der Poel, durante la París-Roubaix.
El genio esloveno, de estreno en la París-Roubaix, acentuó aún más su estatus con una actuación prodigiosa, solo derrotado por Van der Poel, el hombre de piedra. Mads Pedersen cerró el podio en su lucha con Van Aert, cuarto, y Vermeersch, quinto, en el velódromo más famoso del mundo.
Van der Poel convirtió el rudo pavés en mármol brillante. Descomunal una vez más. Es un coloso capaz de levantar un piano de cola y después tener la sutileza, el conocimiento y la técnica para interpretar a Bach en un terreno despiadado.
La París-Roubaix es un juego de niños para Van der Poel. Moldeado en el barro, en el ciclocross, el neerlandés domina cada huella de su bicicleta, impecable su pericia. Eso le concedió la ventaja suficiente para someter al mejor ciclista del mundo, que no es de este planeta.

Tadej Pogacar, tras perder la trazada correcta.
Pogacar cometió un error de trazada y se le ovilló la París-Roubaix tras ofrecer un espectáculo soberbio, solo a su alcance. Es el elegido. Van der Poel almacenó otro adoquín, el lingote de oro de los Monumentos, para su palmarés tras picar piedra en la mina de una carrera. Apiló el tercer adoquín consecutivo en velódromo de Roubaix.
El imperio Van der Poel crece, indestructible en el pavés. Suma ocho Monumentos e iguala a Pogacar después de oler las flores de primavera en la Milán San Remo y de esculpir otro adoquín en una París-Roubaix inolvidable. Para la memoria y los arcanos tras una lucha de titanes.
París-Roubaix
Clasificación
1. Mathieu van der Poel (Alpecin) 5h 31:27
2.Tadej Pogacar (UAE) a 1:18
3.Mads Pedersen (Lidl) a 2:11
4. Wout van Aert (Visma) m.t.
5. Florian Vermeersch (UAE) -m.t.
Oier Lazkano, en fuga
Los minaretes de las minas de carbón, los bastidores que recuestan sus hombros en Arenberg, observaban el esfuerzo último, irracional, de Oier Lazkano, el canto de cisne de la fuga en la que se desplegó antes de encarar la trinchera infinita del bosque de Arenberg, lugar de culto, las piedras que son un muro de las lamentaciones, un puzzle empedrado que maltrata el cuerpo pero acaricia historias memorables.
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Arenberg concentra el espíritu de la París-Roubaix, el gran Monumento: 260 kilómetros, 55 de ellos de pavés en 30 tramos, la clásica con más mística.
En esa celebración pagana rugían las voces en las entrañas del bosque. Un ritual que invoca la danza de los malditos, el baile de la supervivencia. Lazkano cató Arenberg, donde los ciclistas se adentran en otra dimensión, en la de los mitos y leyendas. Allí, Pedersen, fuerte, colosal, se abría paso entre los adoquines. Se los sacudía de encima.

Van der Poel, ganador, con Pogacar, segundo, y Pedersen, tercero, en el podio.
Es un rinoceronte en estampida el danés, una criatura mitológica. Empujaba también como un Minotauro el corpachón de estibador de Van der Poel, que boxea con las piedras. Que las destruye. Al lado de esos gigantes, sostuvo la honda el David que derrota a todos los Goliat: Pogacar.
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Sensacional Pogacar
En su bautismo en la París-Roubaix, Pogacar era el pájaro ligero de bello plumaje, color arcoíris, que vuela despreocupado, levitando sobre las piedras. Feliz. Un ave del paraíso en el Infierno del Norte. El esloveno aceleró, libre y dichoso en medio del bosque, donde Van Aert, en la esquina del cuadrilátero, padecía. El belga trataba de minimizar pérdidas.
Para entonces Ganna era una derrota. Baqueteado por las averías mecánicas, colgó del retrovisor de lo que pudo ser y no fue. La París-Roubaix es todo: fuerza, ambición, deseo, sufrimiento, técnica, pericia, resistencia, sabiduría, experiencia y piernas, pero también azar. Desde las tripas de Arenberg se despiezó la clásica, repleta de heridas, de grietas, de trincheras cosidas por los adoquines. De huesos fragmentados y de bajas.
Lucha de gigantes
Pogacar, Van der Poel, Pedersen, Philipsen y Bissegger sobresalieron en el pedregal. Jinetes del Apocalipsis, ardientes. En el Infierno del Norte Van Aert era ceniza. A Pogacar le dolía la cintura.
Tuvo que estirarse después de que a punto estuviera de quedarse vacío. Un gel veloz le recompuso el rostro. Recuperó la cilindrada de su motor, que corría el riego de gripar.
El quinteto funcionaba como una sola unidad hasta que la mala ventura desplazó del tablero a Pedersen, formidable, y a Bissegger, en su mejor pose. El danés sufrió un pinchazo en el sector de Tilloy-Sars-et-Rosières y el suizo una avería mecánica. Eso les tumbó.
La París-Roubaix no hace prisioneros, es inmisericorde. Una carrera de eliminación donde la ruleta de la fortuna bendice a unos y castiga a otros caprichosamente.

Van der Poel, Pogacar y Philipsen.
Los dados sonrieron a Pogacar, Van der Poel y Philipsen. El neerlandés y el belga calculaban sus opciones en un dos contra uno. Entre los dos firmaban los tres últimos laureles de la París-Roubaix.
Entonces emergió el tramo empedrado de Mons-en-Pévèle, que certificó el quebranto de Philipsen. Van der Poel apretó y Pogacar, sideral, giró la tuerca. Eso dejó sin aire al belga.
Un rival menos para el todopoderoso esloveno, capaz de todo. Pogacar es un peso welter que manda a la lona a los supermedios sonriendo y sin pestañear.
La París-Roubaix es un campo de minas. Nunca se sabe cuando va a estallar la próxima, cualquier error de cálculo es una condena. La sentencia. En una curva, en el tramo de Pont-Thibault à Ennevelin, Pogacar, sobradísimo de potencia, hizo un recto. Una mala trazada a modo de penitencia.

Momento clave de la carrera tras la mala trazada.
Pogacar, descartado
Se le hundió la bicicleta y se quedó varado. Van der Poel evitó que la bicicleta le descabalgara. Eso le concedió un puñado de segundos de ventaja. Pogacar era el diablo sobre ruedas. Perseguía con rabia y con furia a Van der Poel.
Nada humano puede con el esloveno, un milagro en bicicleta. Un ente. Un ser sobrenatural. El pulso entre ambos se fijó en una veintena de segundos. Puro rock and roll. Van der Poel aplastaba piedras. Pogacar las horadaba. A todos sepultaban.

Tadej Pogacar rueda en solitario.
Dos ciclistas de época tratando con la historia, midiéndose en cada en cada pulgada sin desmayo. Un espectáculo magno, un duelo desorbitado, una hipérbole, hasta que una avería apagó el arcoíris de Pogacar frente al domador de adoquines. Van der Poel se acostó en un colchón de un minuto.
Una bendición cuando pinchó en el icónico Carrefour de l'Arbre. El esloveno no pudo recortar, desgastado el organismo. Por detrás peleaban Pedersen, Van Aert y Vermeersch. El danés se quedó con el bronce. El dorado Pogacar fue segundo. Van der Poel coleccionó otro adoquín.