Todos los sonidos de los Stradivarius, los violines mitológicos creados por Antonio Stradivari, que elevó Antonio Vivaldi a través de Las cuatros estaciones, entran en la primavera, la estación que es todo el año. En primavera se mezclan los cuellos altos del frío, los paraguas de la lluvia, el sol sereno y el abrasador con el viento que es brisa o huracán. La primavera es invierno, verano y otoño que florece.
La Milán-San Remo representa la primavera de maravilla y tal vez por eso también se le llame así. En 289 kilómetros, desde Pavia hasta la Vía Roma, en la cuerda de la costa del Mar de Liguria, la belleza grabada en roca, barnizada por el brillo del mar, se comprime la primavera en todo su esplendor.
La lluvia y el frío que aún remueve el reciente invierno zarandeó la salida de una travesía que finalizó encolada a la primavera, el sol bonito, la temperatura estupenda en San Remo, donde la canción ligera del festival de música melódico puso los acordes de la gloria con la majestuosidad de los Stradivarius.

Van der Poel, con el trofeo del ganador.
En Vía Roma, imperial, Van der Poel alcanzó la gloria por segunda vez en un esprint a tres, en petit comité. Repitió pose, como en 2023. El neerlandés fue el estallido de la primavera tras batir a Filippo Ganna y Tadej Pogacar, excelsos ambos en una Milán-San Remo maravillosa, majestuosa, museística, que tomó vuelo en la Cipressa con el movimiento sísmico del esloveno, aún peleado con La Classicissima que no es capaz de conquistar a pesar de su exuberancia.
Milán-San remo
Clasificación
1. Mathieu van der Poel (Alpecin) 6h22:53
2. Filippo Ganna (Ineos) m.t.
3. Tadej Pogacar (UAE) m.t.
Van der Poel, sublime, y Ganna, resiliente, lograron cauterizar el filo del esloveno y bailaron hombro con hombro en una clásica deliciosa, un bello cuadro, una obra de arte que remató el contundente esprint de Van der Poel. “Les sorprendí con un esprint de lejos”, dijo el neerlandés, que suma el séptimo Monumento de su palmarés con tres Tour de Flandes, dos París-Roubaix y su segunda Milán-San Remo.
Atravesó el invierno las pieles del pelotón, cuando Vía Roma era aún un futuro lejanísimo. En ese tramo, una fuga de condenados se implicó en los trabajos forzosos. Marcellussi, un anónimo, arrió la bandera de la esperanza asomándose a la Cipressa (5,6 kilómetros al 4%), cuando las vistas hipnóticas del atardecer en el Mar de Liguria competían con la acción.

Podio final, con Ganna, segundo, Van der Poel, vencedor, y Pogacar, tercero.
En realidad ese trozo de belleza era imbatible. La contemplación debería ser obligatoria. Una pena que los ciclistas solo pudieran sentir de costado ese refugio a las tragedias de la vida.
La entrada a la Cipressa, estrecha, emparedada la carretera, era un botón de ignición. Una llamarada. Ardió Philipsen, de ceniza. El belga, campeón el pasado curso, baqueteado por la caída del miércoles, se desprendió.
Pogacar inventa
Pogacar situó a sus artilleros delante. Invocaba al estruendo. Narváez era la mecha. El detonador. Estalló entonces el tratado de energía del esloveno, formidable y valiente. Necesitaba reinventarse Pogacar, que en las anteriores ediciones siempre buscó la gloria, esquiva para él, esperando al Poggio. Van der Poel y Ganna resistieron el impacto de la onda expansiva.
El resto, también Grégorie, que soportó la descarga inicial, claudicó ante el salvajismo del campeón del Mundo, el ciclista de todos los colores. Ganna, poseedor del récord de la hora, se sostuvo como pudo. En la cuerda floja el Gigante de Verbania cuando el esloveno lanzó otra sacudida eléctrica. Energía nuclear.
A punto estuvo de sucumbir el italiano, atrincherado en el sufrimiento. Van der Poel se mostró más sólido. El trío, un compendio de calidad, una delicatessen, coronó la Cipressa con tiempo suficiente para gestionar sus ambiciones en una lucha descarnada en el Poggio.
Magnífico final
Impaciente, implacable, Pogacar entró con un cuchillada directa al corazón de Ganna, el penitente. Van der Poel no perdía el rastro del esloveno, pegado a su rueda. Gemelo. El campeón del Mundo y el que lo fue peleaban cada centímetro de la ascensión. Empujaba como un bisonte en estampida Pogacar y respondía como un toro enfurecido Van der Poel. Dos bestias. Salvajes. En libertad.
Ganna, descolgado apenas unos segundos, no se abandonó. Antológico su esfuerzo. Conmovedor. Un hombre de fe. Eso le situó de nuevo en el juego por la victoria en Vía Roma. La alta aristocracia en busca de la eternidad. Se cruzaron las miradas, se pesaron, se midieron, trataron de leerse el pensamiento en medio de la adrenalina y el frenesí.
La emoción a borbotones. Van der Poel, un bomba, fue el primero en dispararse. Un trueno. Ganna le buscó, pero no encontró su estela. Menos aún Pogacar, ahogado por la fatiga, por el ácido láctico de su obsesión. Un regalo para el ciclismo. El neerlandés, dominante en el esprint, rememoró el triunfo de 2023. Monumental. Van der Poel es la primavera.