Mathieu van der Poel es puro costumbrismo instalado en el arcoíris, su morada. Campeón del mundo de ruta y, otra vez, rey del Mundial de ciclocross. Seis veces Van der Poel. Hexacampeón. Un ciclista de época. Hace de lo ordinario lo extraordinario el neerlandés.
Es la Marcha Radetzky que suena en año nuevo en Viena, la obra de Johann Strauss, compuesta en honor al victorioso Mariscal de Campo austriaco Conde Joseph Wenzel Radetzky. Siempre la misma sinfonía, el mismo libreto, la misma pose aunque el almanaque mute y cambie de piel. La misma victoria.
Esa marcha, triunfal, suena poderosa y alegre. Invita a una carga de la caballería con aires de fiesta. No es Wagner y La cabalgata de las valkirias que anunciaba el ataque de los helicópteros y el terror en Apocalipsis Now. Sin embargo, posee la misma capacidad de intimidación, probablemente más, pero suena en un día de fiesta.
Seis títulos mundiales
En el Mundial de ciclocross los hombres se mezclan con el barro con ese toque bíblico. Polvo eres y en polvo te convertirás. Van der Poel, el emperador de la especialidad, es de piedra. Se eleva hacia el cielo. Catedralicio. En Van der Poel se mezclan todos los colores, como las vidrieras que iluminan los templos que elevan el espíritu.
Se subió al arcoíris en Tabor por primera vez y en el mismo lugar se vistió de nuevo con el maillot de campeón del mundo. Entre Tábor, 2015 y Tábor 2024, Bogense (2019), Dübendorf (2020), Ostende (2021) y Hoogerheide (2023) llevan el sello de Van der Poel.
En Tábor, en la República Checa, el neerlandés hundió sus piernas para construir otra victoria monumental. Suyos son los pilares de la tierra. Ciclista enérgico, una bestia en estampida, Van der Poel es el monarca del lodo. Abrillanta sus piernas de oro con el lodo.
No es un gigante con los pies de barro. El barro lo emplea para esculpir su leyenda como si se tratara de un guerrero de terracota. A diferencia del ejército de Xian, Van der Poel es único.
Sin compasión ni emoción
En su arquitectura posee una fuerza sobrehumana que es capaz de derrotar a los mejores guerreros del barro. En Tábor, su maillot orange, prensado sobre su musculatura hercúlea, era la bandera del campeón que no cede. Van der Poel de principio a fin, desde el amanecer hasta el ocaso.
Detrás de él, de su espalda de boxeador, de su brutalismo, la nada y la frustración. Inaccesible para el resto. Era Van der Poel Gulliver en Lilliput. Agarró el Mundial por la solapa desde la salida y zarandeó a sus rivales. Desde ese instante se apagó cualquier chispa de emoción.
Vigoroso aró el trazado con la velocidad de un Lamborghini, la marca de la que es embajador, y la tracción de un tractor que se enoja en el barro. El bólido neerlandés se despegó del velcro de sus rivales con un tirón.
Ciclista de rompe y rasga. Bailó a zapatazos sobre Tábor, tierra conquistada en 2015. Un claqué de superioridad aplastante. Su compatriota, Joris Nieuwenhuis, trataba de imaginar a Van der Poel, porque la vista no le alcanzaba.
A mitad de carrera, de las 7 vueltas programadas, acumulaba un retraso de más de medio minuto. Así finalizó. El oro ungía a Van der Poel. Estaban en el mismo lugar pero en competiciones distintas, en mundos ajenos. Ronhaar y Vanthourehount peleaban por el bronce hasta que se destacó el belga y descartó a Ronhaar.
Monólogo de Van der Poel
Nada unía a unos con otros. Era una carrera de islotes, sin eco ni vasos comunicantes. Eslabones sin cadena. Desencadenado, Van der Poel era un solista, Caruso en la Scala de Milán. No había coro de voces que le distrajera, solo gritos de ánimo y aplausos a su paso, una marcha triunfal.
El barro para él es una alfombra roja en la que exhibirse. Una apisonadora. No crece la hierba por donde pisa Van der Poel, igual de fulgurante sobre la bici que de imponente cuando se trataba de subir las escaleras con la bici al hombro o gestionar el paso por los tablones.
Además, la ausencia en el Mundial de Van Aert, su archienemigo, le concedía aún más vuelo. A Van der Poel solo fue capaz de tumbarle en este curso una caída en el ciclocross de Benidorm, que conquistó Van Aert. En el resto de carreras, la cartografía señalaba su nombre. Vencedor en 13 de las 14 pruebas disputadas.
En el Mundial nadie se le aproximó. Imposible. Tuvo tiempo para la coreografía cuando llegó a meta. Saludó y chocó las manos de los aficionados. Se bajó de la bici y señaló su montura blanca, su corcel. Caballo de batalla. Sobre sus lomos, Van der Poel es la Marcha Radetzky, la sinfonía que suena en el arcoíris. No se baja de él.
Mundial de ciclocross
Clasificación
1. Mathieu van der Poel (Países Bajos) 58:14
2. Joris Nieuwenhuis (Países Bajos) a 37’’
3. M. Vanthourenhout (Bélgica) a 1:06