Sentada en el sillón de la incertidumbre, la silla eléctrica que aguarda a los mejores registros, Ellen van Dijk, campeona del Mundo contrarreloj en 2013, se agitaba de pura emoción. En la espera, "eterna", se movía a todos lados. Sin brújula. No hay cadenas que sujeten lo epidérmico. Se balanceaba la neerlandesa en la mecedora, frenética entre las tribulaciones y la angustia. Observaba el monitor de los tiempos y su rostro gesticulaba. Pura expresividad. Los brazos se movían impulsados por el arrebato. Inquieta, con ese pálpito de la pasiones de la infancia que no atienden al postureo. Nerviosa, pendiente del reloj, Van Dijk, 34 años, era un torbellino de emociones sobre el sofá de la espera. Hacía tiempo que se desplegó con furia sobre el sillín del Mundial de crono –Ziortza Isasi fue 35ª en su debut– y se asentó en la corona. Apostó por salir alejada del resto de favoritas y clavó un tiempo excepcional: 36:05 para los 30,3 kilómetros entre Knokke-Heist y Brujas. Era la mejor, pero no sabía si sería suficiente. Voló. Marcó una media de 50,37 km/h.
Enroscada en la sala de espera fue testigo de su superioridad hasta que asomó Marlen Reusser, campeona de Europa. La suiza fijó los mejores registros en los puntos intermedios. Van Dijk frunció el ceño. Se estiró la duda en el rostro de la neerlandesa como en La persistencia de la memoria, el cuadro que se conoce como los relojes blandos de Dalí. Sucedió que el tramo final de la crono que devoró a bocados Van Dijk, laminó a Reusser, a la que se le indigestó el remate de la crono. No pudo mantener la progresión y se quedó a 10 segundos del tiempo de la neerlandesa, un manojo de nervios.
Reusser lloró de tristeza en el suelo. Se le había escapado el oro, aún en el regazo de Van Dijk, que todavía debía aguardar a la única rival que podía arrebatarle el sueño dorado. Solo le podía amenazar su compañera, Annemiek van Vleuten, la última en ponerse en marcha. Van Vleuten fue acumulando retraso y a Van Dijk la cara se le fue poniendo feliz, alegre. Sonrisa de ganadora. Su compatriota fue 24 segundos más lenta. Van Dijk estalló entonces de alegría. Completamente dichosa. Alzó los brazos, instintivamente se cubrió el rostro, incrédula, rió con ganas, liberada, aliviada, extremadamente feliz. Soltó la adrenalina Van Dijk. Lloró sus adentros. Por su mejillas rodaron lágrimas de oro.