Una vida dedicada a su pequeño negocio, a su ferretería. Desde los 14 años que se puso detrás del mostrador, hasta los 65 que acaba de cumplir y que anuncian su retirada. Olga Guinea lleva toda una vida regentando la Ferretería Guinea (ubicada en la calle Andalucía 16) pero le ha llegado el momento de bajar la persiana para siempre. No es una decisión fácil, pero la afronta como una nueva etapa de su vida. "Lo que más pena me das es dejar a todos los clientes sin la tienda. Son, sobre todo, personas mayores que vienen también a charlar conmigo o a pedirme ayuda en otras cosas. Después de tantos años, mis clientes son mis amigos", confiesa Olga. Su historia se repite en varios establecimientos que llevan más de 50 años en activo en la ciudad y que, tras no encontrar relevo, bajan la persiana de manera definitiva. Es el caso, por ejemplo, de la Carnicería La Ternera, la Paragüería Albareda o la Mercería de Mari Pepa que en los próximos meses se despedirán de su comercio.
Corría 1971 cuando Olga Guinea, junto a su padre, abrió la Ferretería que lleva como nombre su apellido: Ferretería Guinea. Ella apenas contaba con 14 años, "pero eran otros tiempos". Tiempos en los que los niños, con la condición de estudiar por la noche, tenían permiso para trabajar. De hecho, su padre tuvo un accidente que le impidió continuar con su vida laboral por una lesión en el pie, y fue la propia Olga quién se dio de alta en el régimen de autónomos para poder atender en la tienda. Desde entonces han pasado más de 50 años, pero nunca se ha imaginado su vida fuera del mostrador. Habla de su ferretería como su gran pasión, su profesión, su verdadera vocación.
Habla con mimo, y con gran dosis de cariño. Recuerda que durante estos años ha habido momentos y etapas duras, "hemos tenido que superar muchas crisis", momentos en los que vivía con la calculadora en la mano haciendo números para ver si lograba llegar a final de mes y pagar todas las facturas sin ahogarse por el camino, pero logró superar esos baches y crisis económicas de la sociedad y seguir en su tienda de barrio. De hecho, asegura que nunca, jamás, en esos cincuenta años, se ha imaginado trabajando en otra cosa que no fuese la ferretería. "Es que esto es mi gran pasión, me encanta mi trabajo", dice con rotundidad. Y lo que le encanta no es solo vender materiales para hacer distintas manualidades, sobre todo, el trato con el cliente: "Me fascina trabajar de cara al público", dice. Y sus palabras se ven reflejadas en el amor que recibe de la clientela que durante año tras año la han acompañado, fieles clientes que han seguido apostando por el comercio de barrio. "En este reportaje tiene que quedar claro que nosotros no queremos que cierre y se vaya", piden los clientes. "Pero es que yo también necesito descansar", responde ella.
Y descansar, precisamente parar, no es lo que pretende Olga, pero sí vivir con intensidad, ritmo, ganas, ilusión y con mucha música. Tiene en mente varios viajes, apuntarse a bailes, hacer distintas actividades incluso físicas con su nieto, y un sinfín de planes por disfrutar. "Hasta ahora siempre decía, quiero hacer. Ahora digo, voy a hacer. Se me acaba el tiempo. Mi padre decía que somos como los yogures, porque todos tenemos una fecha de caducidad. No sé cuándo voy a morir, pero está claro que cada vez tengo menos tiempo, y que iré teniendo menos energía, así que pienso aprovechar esta jubilación para hacer un montón de cosas de las que me apetece disfrutar", dice con felicidad.
En la Plaza Provincia número tres, en la conocida Paragüería Albareda también cuelga un cartel que anuncia su inminente cierre. Javier Albareda, el propietario, no sabe con exactitud cuándo, pero confirma que será en los meses más próximos. Cierra tras casi 50 años trabajando, con una historia casi similar a la de Olga. Abrió el negocio junto a su padre. De hecho, al inicio era un taller de paragüería donde creaban sus propios paraguas. Con el tiempo, también fueron incorporando otros paraguas de otros talleres, sombreros, cinturones y otros artículos, hasta conseguir hacerse con un comercio de barrio conocido por los vecinos. "Elaboramos y vendemos paraguas de calidad, y en cuanto llueve siempre hemos tenido clientela fiel que ha venido a nuestro comercio", explica Javier.
Tanto así que, pese a que son muchos los comercios que venden paraguas, Javier asegura que no han notado el peso de la competencia. Reconoce, no obstante, que no es fácil sobrevivir en el pequeño comercio, aunque él ha aportado dosis de tiempo a su establecimiento y ha logrado que sobreviva durante más de cincuenta años. Ahora, tras la falta del relevo generacional, se ve obligado a bajar la persiana. "A nuestro sector le han afectado varias cosas en los últimos años. Por ejemplo, el clima. Antes hacía más veces lluvia, sirimiri, y eso hacía que muchas personas compraran paguas. Ahora llueve mucho más, pero menos días, y eso como es normal nos afecta", cuenta. Pero pese a afectarles, han seguido durante todos estos años con normalidad, con mucha clientela y fiel a su comercio. Ahora, a Javier le llega el momento de la jubilación: "Estoy contento, es otra etapa de la vida y pienso disfrutarlo al máximo", confiesa.
En las próximas fechas también cerrará su negocio Goyo, propietario de la Carnicería La Ternera (en Sancho el Sabio 19). En su caso, hace dos años podía haber bajado la persiana de su negocio, tras alcanzar la edad de la jubilación. Pero a sus 65 años decidió seguir un tiempo más atendiendo a sus fieles clientes. Cuando tenía poco más de 20 años decidió hacerse con el negocio y desde entonces asegura que ha conseguido fieles clientes que ahora se lamentan del cierre. Junto a él también está al frente del negocio su mujer que, precisamente, cumple ahora 65 años.
"He seguido trabajando estos dos años con gusto, pero ahora es el tiempo de cerrar. Mi mujer también se jubila y es hora de parar", dice. Seguiría atendiendo, no obstante, si regentar el local solo dependiese de atender: "Lo difícil de llevar la carnicería no es atender a los clientes o seguir un horario comercial. Es pensar todo lo que hay que pensar, decidir cuántos productos traer, que no sobre nada pero que tampoco falte€", explica.
No obstante, afrontan juntos la jubilación con ganas y con ilusión: "Tenemos muchos planes por hacer. Sobre todo, disfrutar de todo lo que a lo largo de la vida no hemos podido hacer por los horarios de la carnicería", dice. Por ejemplo, hacer el camino de Santiago en bici. "En su día la hicimos andando, pero tiene que ser una gozada hacerlo en bici sin limitación de tiempo, en función de lo que nos apetece".
La Mercería Marí Pepa
Ana, la propietaria de la Mercería Mari Pepa, también afronta con ganas e ilusión su nueva etapa de la vida. Cierra su mercería ubicada en el barrio Aranbizkarra tras más de 60 años de historia en Vitoria. Así, hasta diciembre, los vecinos deberán despedirse de Ana, que está al frente de la mercería desde que su madre Mari Pepa se despidiese tras su jubilación.
"Solo tengo palabras de agradecimiento a este barrio, a toda la gente que nos ha apoyado como comercio y a nivel personal cuando hemos pasado algún bache familiar. Hemos estado muy a gusto y solo puedo decir gracias", aseguró en este periódico feliz y satisfecha por la trayectoria de esta mercería. En esta misma línea, asegura que a partir de ahora realizará distintas actividades que por falta de tiempo no las ha llevado a cabo.
Por ejemplo, quiere actualizarse con la tecnología ya que, confiesa, que desconoce o le cuesta realizar gestiones digitales, pero tiene como objetivo no depender de nadie.