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Vecinos con vistas a la estación del Topo

Se asoman al balcón y casi pueden darse la mano con los pasajeros de Euskotren. Es algo que en Pasai Antxo se vive con naturalidad. “Siempre ha estado ahí”, dice Luis Aldezabal , de 86 años, mirando al viaducto que será derribado con el nuevo trazado
Luis Aldezabal, vecino de Pasai Antxo de 86 años, en el balcón de su casa desde donde ve pasar trenes desde hace medio siglo.

Conforme se acerca el tren de las 11.27 horas a la estación de Pasai Antxo, el chirrido de raíles se cuela por las ventanas de la casa de José Antonio. El contacto visual es diario. Unos esperando al Topo; otros en el interior de sus hogares. El sonido de fricción de la vía al paso del tren no es, en todo caso, tan molesto como cabe imaginar dada la proximidad de su vivienda con la parada. Frente a su ventana se cruzan entre semana dos Topos cada cuarto de hora. Pasajeros que van y vienen, y algunos que le saludan. “Estoy habituado, esto al final es más visual que engorroso”, dice este vecino de 47 años.

Acto seguido, se asoma a la ventana de la cocina y descuelga un metro para medir la distancia entre su piso y el viaducto que soporta el trazado ferroviario. “No sé, habrá algo menos de tres metros”, calcula el pasaitarra. Tras él se ve en la estación alguna que otra ráfaga escrutadora. Resulta inevitable que usuarios de EuskoTren que esperan al Topo con destino Donostia se giren y claven su mirada. Están en la calle. Él está en su casa. Todos, a una altura de siete metros.

Fuimos a juicio pero fue una tontería. No había nada que hacer. El viaducto estaba antes"

Luis Aldezabal - Vecino de Pasai Antxo

Luis Aldezabal, de 86 años, lleva más de medio siglo viendo los trenes pasar. “Al principio hubo cierta polémica y recurrimos a los tribunales por la poca distancia que había entre las casas y la vía. Legalmente debía haber al menos un metro y medio, una distancia que desde luego no cumplen los pisos que están frente al nuestro. Prácticamente puedes dar la mano a los pasajeros desde el balcón”, señala Aldezabal. “Fuimos a juicio pero fue una tontería. No había nada que hacer. El viaducto estaba antes”, rememora.

De hecho, es preciso remontarse a la Pasaia sin Topo de hace más de un siglo. Fue el 22 de marzo de 1910 cuando se proyectó el trazado de la línea a nivel de marisma. Es decir, sin viaducto, por terrenos donde actualmente circula el tren de cercanías. Pero el trazado colisionaba con los planes de la futura urbanización, y el Consistorio modificó el proyecto con la construcción del impresionante viaducto actual, de 341 metros.

La expansión de la 'ciudad del dólar'

Curiosamente, las edificaciones a escasos centímetros de la línea, como la de Jose Antonio y Aldezabal, no llegaron hasta varios años más tarde, cuando fue necesario dar cabida a tantos trabajadores que residían en los años 60 en la ciudad del dólar, como se conocía por aquel entonces a Pasaia gracias a su boyante flota bacaladera.

La futura reordenación urbana que traerá consigo la variante ferroviaria entre Altza y Galtzaraborda, cuyas obras se acometen actualmente, conllevará la desaparición del viaducto que conecta Antxo con Herrera y que mantiene el tren siete metros por encima del distrito. En mitad de esta barrera arquitectónica, y encajonada entre multitud de casas, se encuentra la estación, frente a la que vive José Antonio, desde que se compró el piso hace nueve años.

El tren en dirección Irun tras salir de la estación de Pasai Antxo, encajonada entre multitud de casas. Javier Colmenero

Está habituado a esa curiosa convivencia, especialmente cada domingo, cuando acostumbra a tender la ropa y traba contacto visual con pasajeros que entretienen la espera. “Se te quedan mirando y en más de una ocasión me he puesto a hablar con algunos clientes del trabajo que me saludan con cierta sorpresa”, señala este vigilante de seguridad.

Vivir tan cerca del tren es algo que otros vecinos no lo llevan tan bien. “Buuf, se puede decir que lo sobrellevamos. Esto de tener la parada del topo delante de tus narices no resulta nada cómodo. A ver si avanza la obra y en unos años nos olvidamos de esta infraestructura”, señala desde su balcón una mujer que pasa la aspiradora y que no quiere saber nada de fotos.

José Antonio, vecino de Pasai Antxo, asomado a la ventana desde donde ve a los pasajeros de Euskotren. Javier Colmenero

Desde que los vecinos de Pasai Antxo entonaron el Pobre de mí que puso fin a las fiestas de San Fermín, el ruido de las maquinas no ha cesado. Las obras de la variante ferroviaria entre Altza y Galtzaraborda están llamadas a marcar “un antes y un después” en el distrito. Un proyecto que, en palabras de la alcaldesa, Izaskun Gómez, alumbrará una “nueva movilidad más sostenible” para Pasaia.

A la espera de ese futuro, por el momento es el incesante ruido de máquinas el que se impone a diario en la Alameda Gure Zumardia, donde está prevista la construcción de una estación soterrada. Se trata del centro neurálgico del distrito, actualmente vallado, con vecinos y comerciantes obligados a hacer de tripas corazón.

Concluida la primera fase, la obra continuará bajo losa en la plaza ya urbanizada, que prácticamente duplicará su superficie y cuya entrega está prevista para finales de 2023. La construcción del nuevo tramo que enlazará Altza con Errenteria, de dos kilómetros de longitud, tiene un plazo de ejecución de 46 meses. La obra traerá consigo la ampliación de la frecuencia de trenes hasta Galtzaraborda -cada 7,5 minutos-, abandonando el actual y viejo trazado, que tantas curiosas imágenes ha regalado a ojos de sus vecinos.

Grandes eventos, el barullo de la gente

“Todos los grandes eventos que tienen lugar en Gipuzkoa se dejan notar aquí. El barullo de la gente es inevitable cuando hay partidos de la Real Sociedad, ante grandes conciertos, Carnavales o regatas”, enumera José Antonio. “Mis ocho nietos han pasado por este balcón a lo largo de los años, siempre viendo pasar los trenes”, confiesa Aldezabal. “Con el tiempo, ni te enteras de que el Topo viene o se marcha. Y además tiene su punto práctico porque muchas veces te sirve de reloj”, dice asomado al balcón.

Un testigo de excepción durante medio siglo, que no las tiene todas consigo. “El viaducto lo derribarán, pero no creo que viva para verlo. Bueno, con 90 años igual sigo por aquí con el taca-taca”, señala sonriente hacia un trazado ferroviario en un futuro peatonalizado.

José Antonio tiende la ropa desde su ventana mientras llega el Topo. Javier Colmenero

El Gobierno Vasco, a través de Euskal Trenbide Sarea, confirmó que una vez que se ponga en marcha la variante ferroviaria desaparecerá el viaducto y sus tres pasos abovedados de piedra arenisca abiertos en el muro. Una obra que mira al futuro tras tomar el legado de un distrito que en el siglo XIX era una marisma pantanosa que se cubría al subir la marea y que quedó aislada cuando se construyó la carretera general y el ferrocarril.

Unos terrenos que en el año 1846 se dieron en concesión al Duque de Mandas con la condición de que fueran desecados. El terreno se dividió posteriormente en parcelas que fueron adquiriéndose para usos residenciales e industriales, gracias a la creciente actividad portuaria e industrial. Con el viaducto, siempre atravesando el distrito. “Se hará un poco raro cuando desaparezca. En 2016 ya se habló de que iban a eliminarlo. La verdad es que no estoy ansioso”, dice Jose Antonio poco antes de marcharse a trabajar para ver a esos clientes que suele encontrarse frente a su ventana.

“Nunca me he sentido incómodo o cohibido por vivir tan cerca de la vía. Aunque no soy de los de estar asomado a la ventana todo el día, siempre ves a gente aunque no quieras. Lo bueno es que para las 23.00 horas los topos se acaban”. Y tanto José Antonio como Aldezabal duermen a pierna suelta.

05/11/2022