En el Vedado de Eguaras quizá haya sido donde disfruté del más esplendoroso de los espectáculos que haya visto.
La Bardenas Reales de Navarra, denominación correcta de esta reserva natural, según explicó con total certidumbre el geógrafo y arguedano Alfredo Floristán Samanes, tiene una extensión de 42.500 hectáreas. Se extiende de norte a sur a lo largo de 45 kilómetros, entre los municipios de Carcastillo y Buñuel. En el oeste de su tercio superior se encuentra el Vedado de Eguaras, un paraíso independiente a modo de oasis y de 1.225 hectáreas de extensión. Este fabuloso terreno durante siglos tuvo propiedad y uso privado, primero de los reyes del Reino de Navarra y, tras la conquista, a distintas familias poseedoras de títulos nobiliarios. Desde el siglo XX pasó a formar parte del término municipal de Valtierra y ajeno a la administración de la Junta General de las Bardenas Reales.
El castillo de Peñaflor es el hito de Eguaras y uno de los mejores perfiles de las Bardenas.
Eguaras se sitúa a poco más de tres kilómetros al sureste del embalse de El Ferial. Al norte limita con las tierras de El Plano, al este con La Esroza y sus espectaculares caídas, al sur con los corrales y balsas de El Chopo y el paraje de Candévalos, y al oeste los campos de Landazuría y de las Tres Cabañas.
El hito histórico y panorámico de este oasis valtierrano es el Castillo de Peñaflor o de Blanca de Navarra. Sobre otro monumento natural, un cabezo o cerro testigo, están enraizadas las ruinas de esta fortificación medieval navarra que desde el siglo XIII y bajo el reinado de Sancho VII el Fuerte sirvieron de garita de guardia frente al Reino de Aragón. Su fábrica contaba con una pequeña torre central, una atalaya que también serviría de alojamiento de la guarnición. Tuvo a su alrededor una línea de muralla.
En la actualidad solo queda la ruina de su torre pero su figura sigue evocando a todos los sentidos humanos. Cómo no, este castillo enclavado en uno de los rincones más bellos del planeta, también tiene asociada una tan bonita como trágica leyenda. Cuentan que en este lugar estuvo castigada durante un tiempo doña Blanca de Navarra. Ésta princesa era visitada durante su encierro por su amado, Sanchicorrota, un famoso bandolero que evitaba a sus perseguidores colocando las herraduras de su caballo al revés. Sanchicorrota, antes de dejarse apresar por el aragonés Juan II, que con muy malas intenciones reinaba en Navarra, decidió quitarse la vida. No obstante Juan II, el Malo, claro, hizo exhibir su cadáver en público en Tudela. Aún las maldades del aragonés, Sanchicorrota siempre fue considerado por el pueblo como un héroe.
Una estampa primaveral en el Vedado de Eguaras, en las Bardenas Reales de Navarra.
Sin duda, este risco y baluarte manufacturado tanto por la erosión como por la obra humana, y también por la fábula, es uno de los mejores y maravillosos perfiles de las Bardenas Reales de Navarra.
El conjunto de flora y fauna de Eguaras puede calificarse de sinfónico: pinos carrascos de variada y caprichosa monumentalidad, sabinas, romero, tomillo, hinojo... Amapolas, margaritas, mostazas o floridas... hasta los cardos borriqueros enriquecen la paleta con colores que viajan desde el color rosa oscuro hasta lavanda y celeste. Un centenar y medio de hectáreas se dedican al cultivo de cereal en secano. En lo faunístico y por su abundancia hay que citar a liebres, conejos, comadrejas... y a las rapaces como el águila, gavilanes, mochuelos, lechuzas...
El Vedado de Eguaras, como su nombre indica, fue durante siglos escenario de múltiples cacerías reales. En el siglo XV era propiedad de la familia de los Peralta y en 1530 pasa a manos de Juan de Eguaras o Eguarás, de cuyo apellido mantiene aún su nombre.