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Madrugó el pelotón en la Tirreno-Adríatico para atravesar una tempestad durante casi 6 horas y 30 minutos, lo que tardó en levantar Andrea Vendrame los brazos por delante de Pidcock y Grégoire en un día que salió de la paleta de colores de William Turner, el pintor de tormentas, capaz de atarse al palo mayor de un barco para entrar en las tripas de la borrasca.
Ese pálpito, la naturaleza desatada, la lluvia ametrallándolo todo, el asfalto que supuraba agua, el frío que rascaba los huesos, pinzó la carrera, convertida en una trinchera infinita de supervivencia. Turner elevó el paisaje de decorado a protagonista. El paisaje ejerció su poder para contar la historia del tercer acto de la Tirreno-Adriático.
Con la lluvia, inmisericorde, desfilaron los chubasqueros y las ropajes de abrigo. Se impuso el color negro, de luto los ciclistas en esos días en lo que uno dudas sobre el motivo de serlo, 239 kilómetros para sopesar sobre las decisiones que uno toma en la vida.
Un diván a cielo abierto, en el que soportar la tortura de la mente y resistir el apaleamiento del cuerpo por el temporal, que aplastó esperanzas. La fuga palideció al encarar el Valico di Colfiorito, una subida que a veces era una llanura, de escalones largos, donde se agitó el mar de los deseos.
Ben Healy, el hombre que rueda ajeno a todo, solo respondiendo a los designios de su corazón, fue el primero en agarra la manilla y abrir la puerta de las prisas. Juan Ayuso, que pleitea por la carrera, se activó de inmediato. Filippo Ganna, el líder, aceleró para personarse.
Alex Aranburu, octavo
El efecto dominó agitó a los mejores, que trataron de buscar una rendija por la que hacer palanca. Carapaz también apareció. Pidcock se incorporó. Lo mismo que Pello Bilbao. Todos en una coctelera, goteando ambición.
El puerto alimentó ciertos nervios, pero se mantuvo el orden. No hubo caos suficiente. No había espacio para que se generase. Faltaba la chispa adecuada.
Ganna, un percherón, entendió que la mejor defensa es un buen ataque. Se protegió de ese modo, obligando a una persecución agonística. Van der Poel, apurado, tuvo que cerrar el hueco provocado por el líder a un palmo del callejero de Colfiorito, que anunciaba un esprint tras la tormenta. Ese esfuerzo, le descartó.
Alex Aranburu, que no perdió el hilo, se situó de fábula, a la espera del pellizco de energía necesario para rematar en un esprint ideal para sus características. Ocurrió que se quedó en blanco el de Ezkio, vacío, sin capacidad de repuntar. En el mismo grupo entraron Pello Bilbao, Ion Izagirre y Mikel Landa. Bajo la lluvia cantó su victoria Vendrame.