Me temo que con Venezuela no hay nada que hacer. Porque no hablamos de una cuestión en la que quepa la racionalidad y el análisis. Es, desde hace mucho, un asunto de tripas y de fe. O eres un chavista con los ojos fuera de las órbitas o partidario a machamartillo de la variopinta oposición unida más por los intereses que por las convicciones.
Así que en la actual tesitura solo queda creer con la fe del carbonero que Maduro ha ganado sin lugar a la menor discusión o que se ha producido un pucherazo que, por repetido, ya ni siquiera escandaliza. ¿Con qué carta nos quedamos?
Si nos guiamos por los datos que tenemos a la hora de escribir estas líneas, la tesis del pufo tiene más visos de verosimilitud que la del aplastante triunfo chavista. Bastaría trasladar mentalmente los hechos contantes y sonantes a otro país –pongamos Marruecos– para no comulgar con la rueda de molino oficial.
Hagamos recuento de hechos rezumantes de dudas: Uno, retraso en la comunicación de los presuntos datos. Dos, millones de actas no entregadas a la oposición. Tres, la suma de todas las candidaturas ha alcanzado cerca de un 140%.
Democracia sui generis
A partir de ahí, podemos conducirnos por las circunstancias de contexto. Por ejemplo, que los primeros países en aplaudir la supuesta reelección de Maduro fueron Cuba, país de partido único, y Nicaragua, que es, incluso por encima de Venezuela, el régimen más infecto de América Latina, una dictadura sanguinaria sin matices en la que el sátrapa Daniel Ortega pulveriza los Derechos Humanos.
Es un gran retrato, por lo que nos toca más de cerca, la alineación en la felicitación de nuestros antifascistas de cabecera, incapaces de ver en el chavismo-madurismo un gobierno que practica todos los excesos totalitarios y alguno más que a este lado del mundo dicen denunciar.
Lawfare, bulos, persecución a sangre y fuego de la disidencia, torturas, encarcelamientos arbitrarios, juicios sumarísimos, cierres de medios de comunicación o atosigamiento de periodistas marcan el retrato del chavismo-madurismo. Pero allí, por lo visto, no hacen falta medidas de regeneración democrática. Ya.