Jon Arraibi - Director de Café con Patas
Seguro has oído a alguien decir (o incluso lo has dicho tú): "Es que yo veo un perro, y me encanta, no puedo evitar acariciarlo".
Sueña bonito, ¿verdad? Como si fuera una especie de prueba de amor incondicional por los animales.
Pero no, que va. Es todo lo contrario.
Imagina que estás en una terraza, tomándote un café tranquilo y alguien que no conoces de nada se acerca, se autoinvita en la misma mesa y no sólo comienza a hablarte muy cerca, casi cara con cara, sino que te pone la mano en el hombro, te da palmaditas en la espalda, te acaricia las mejillas. Parece que trae buenas intenciones, pero como mínimo es muy incómodo y desagradable.
Pues esto mismo es lo que sienten muchos perros.
Al igual que nosotros, los perros también su distancia de individual, de seguridad, ese metro y medio alrededor de su figura, que si se vulnera, se atraviesa sin permiso, se invade, puede generar incomodidad y tensión.
Y sí, es cierto, existen perros que se sienten muy cómodos con esas interacciones.
Tan cierto como que muchos otros perros, no lo están.
Entre los que no están a gusto, algunos emiten señales de incomodidad que normalmente no son atendidas, ni entendidas. Bostezan, giran la cabeza, empequeñecen su rígido cuerpo, lamen su hocico. Y aguantan la situación estoicamente mientras su mensajes de "no estoy cómodo con esto" no encuentran receptor alguno.
Pero también hay perros que pueden expresar su malestar de una forma más evidente, abierta y visceral. Hemos invadido su espacio, ese metro y medio sagrado, y nos lo van a explicar por las malas, mediante la amenaza e incluso la agresión.
Y después la culpa será del perro. Es agresivo, porque ha hecho eso, no es sociable …
Pero es que ser sociable no es tolerar todo. No es aguantar interacciones molestas y camufladas a menudo de buenas intenciones y un supuesto amor por los animales.
Quizás, esos perros que se sienten día sí, día también, invadidos en su espacio e individualidad, piensen que los que no somos sociales, somos los humanos.
Observa al perro disimuladamente, sin mirarlo de frente, hazlo a una distancia prudente, pregunta a la persona si le gustan los extraños, deja que sea el perro quien decida si le caes bien o no, si se acerca a curiosear o no.
Creo que hay personas que se equivocan, que piensan que la base del amor por los perros es el afecto.
Yo creo que no. Estoy convencido de que antes, está el conocimiento. Y desde el conocimiento aparece el respeto por lo que quiere o no quiere el perro. A partir de aquí, con esta base, ya podemos hablar de afecto.