La villa ha transitado por caminos difíciles. Han sido sendas sinuosas, abruptas y lúgubres por las que han tenido que caminar los bilbainos y las bilbainas, pero, a su término, estaba Marijaia. Con los brazos en alto, ayer anunció que –tras dos agostos paupérrimos, en términos festivos– la fiesta, el alborozo y la alegría han retornado, al fin, a Bilbao.
La algarabía que suscitó el txupinazo que inauguró la primera Aste Nagusia en dos años podía, prácticamente, acariciarse con los dedos. Era evidente en los rostros de los jóvenes que, a las cinco de la tarde, ya estaban congregándose en la plaza del Teatro Arriaga. Entre estos, se encontraban Soraya Bello, Maitane Zabala e Irune Astarloa. Las jóvenes charlaban distendidamente mientras daban algún que otro sorbo a sus bebidas.
“Ha sido una espera muy larga, pero por suerte ha terminado y ya estamos aquí, listas para empezar las fiestas”, dijo Soraya. Mientras, se enjuagaba el sudor de la frente. Hacía calor. Los mercurios marcaban cerca de treinta grados en el espacio donde, horas después, estalló la fiesta. “El suelo –en el que estaban sentadas– arde”, aseguró Irune. Pese al bochorno, estas tres amigas estaban deseando ver salir a Marijaia de la balconada del teatro. Desearon, además, que la reina del alborozo trajese unas fiestas “tranquilas”, una Aste Nagusia en la que prime el “buen ambiente”.
Una hora después, las jóvenes tuvieron que levantarse. La afluencia de acólitos festivos comenzaba a adquirir tintes de masividad y, por lo tanto, el espacio vital se tornó en un bien más bien escaso. Y es que en ese momento las comparsas, que habían realizado una suerte de peregrinación festiva por las vetustas y estrechas calles del Casco Viejo, comenzaron a confluir en ese espacio. Si Dionisio era para los greco-romanos la deidad de la fiesta, Marijaia lo es, pero multiplicada por tres, para los villanos. No faltaba mucho para su recibimiento, había que honrarla. Lo hicieron a todo ritmo, con melodías de ritmo alegre vibrando a todo volumen desde sendos y hoscos altavoces. Una ofrenda de decibelios para su inmensa y omnipresente diosa del éxtasis festivo.
Cada comparsa, además, portaba un ‘estandarte’. Entre el gentío se levantaba la enorme tela verde y negra de Piztiak o la roja de Kaskagorri, entre muchas otras. Pero éstas no fueron las únicas banderas en ondear ayer frente al Teatro Arriaga. Bajo la balconada, había una insignia chilena que se movía tímidamente entre los rotundos disitintivos de los comparseros. Su portadora, Ximena Olabarria, lleva 17 años residiendo en la villa.
Chile late por Marijaia
“Estoy deseando darle la bienvenida a Marijaia después de dos años muy duros, en los que todos lo hemos pasado muy mal”, aseguró. Olabarria lleva muchas Aste Nagusias a sus espaldas, pero sus acompañantes no. Christian Blaña y Natalia Álvarez acaban de aterrizar en La Paloma para vibrar, por primera vez, en la semana más especial de Bilbao. “Yo había visto el txupin en YouTube, y siempre me ha parecido muy especial, muy buena onda como decimos en Chile”, explicó Blaña, fan declarado de Marijaia. El trío, con su bandera, le ha demostrado lo querida que es, incluso bien lejos de nuestras fronteras.
A escasos metros de los chilenos, un grupo de personas comenzó a desdoblar los chubasqueros de plástico que traían en sus mochilas. Acto seguido, se pusieron las finas prendas sobre su ropa. Y es que, una vez más, la harina, los huevos y el cava estuvieron presentes en el txupin. Fueron muchos los jóvenes que, haciendo caso omiso de la petición que Itziar Urtsaun, concejala de Fiestas, y las comparsas formularon. El txupin limpio no se acabó materializando.
Los acólitos de la diosa pecaron y su llegada estuvo, por desgracia, precedida por el característico hedor de los txupinazos, esa característica mezcla de bebidas espirituosas, harina y huevos. No todos los allí presentes estaban, sin embargo, de acuerdo con el lanzamiento indiscriminado de comida y bebida. “Yo, por mi parte, no traigo nada que huela o que pueda manchar. Vengo con mi pistola de agua que es, además, mucho más práctica”, dijo Izar Lizarralde.
Lizarralde grito, salto y lloró de alegría al ver a Itziar Lazkano, la pregonera, e Iratxe Palacios, la txupinera, en el balcón. Tras el pregón, Palacios prendió de la mecha. “¡Pum!”. Aste Nagusia había comenzado.