La Vuelta será lo que el Jumbo quiera o no será. Esa es la realidad de una carrera secuestrada por los neerlandeses, que no dejaron ni las migas en el Tourmalet. Jonas Vingegaard, bicampeón del Tour, anidó sobre la legendaria cima. Se regaló el Tourmalet, un pasaje en la historia, una postal para siempre y se lo ofreció a su hija, Frida, que cumplía años.
Su padre le obsequió con una montaña, la gran montaña del Tour y ahora un templo en la Vuelta. Sepp Kuss, el líder, se colgó medio minuto después de la azotea de la carrera. Ondea desde la atalaya. Subrayó el tono de su rojo pasión.
El norteamericano tiene la Vuelta en el bolsillo. En realidad está en la caja fuerte del Jumbo, que es Fort Knox. El laurel de Kuss los custodian sus compañeros, centinelas de la gloria. Sólo el danés o Primoz Roglic, tercero en la cumbre, pueden sisarle la carrera al colibrí de Durango.
En realidad podrían jugarse quién se corona en la Vuelta a piedra, papel o tijera. Un Jumbo sin fin domina la Vuelta. Un imperio que va de norte a sur y de este a oeste. Nunca se pone el sol.
Juan Ayuso y Enric Mas, los más próximos, se encuentran demasiado lejos para interpelar una rebelión. Mikel Landa, que completó una gran actuación, avanza, pero nada puede contra los blindados del kevlar amarillo.
Vingegaard, Kuss y Roglic completaron una exhibición colosal. Desfiguraron la carrera. Están en otra dimensión los muchachos del Jumbo. Coral el reparto, todos pueden ser galanes. El monstruo de las tres cabezas lo devora todo.
Evenepoel, al desnudo
Masticaron los Pirineos y aplastaron a Remco Evenepoel, el hombre a batir. Lo minimizaron. Le desnudaron del todo. El belga, vacío por dentro, con eco en sus adentros de herrumbre, asomó en el Tourmalet a 27 minutos de Vingegaard.
Christian Prudhomme, el director del Tour, se aproximó a la legendaria montaña y pudo ver la carnicería que provocó el Jumbo. La Vuelta homenajeó la memoria de Bahamontes en el Tourmalet. Tras ver las imágenes del vídeo, Prudhomme saludó a Vingegaard, el rey del Tour, con un gesto familiar.
Mucho antes del Tourmalet, en el Col d’Aubisque, el rostro de Evenepoel fue el de la derrota. Lucía de blanco, el mejor joven, pero en la alta montaña, la que pesa el material del que uno está hecho, se hizo viejo, pesado y lento. Blanco lívido. Espectral. El blanco es el color de la bandera de la rendición.
El belga que hacía muecas de superioridad en Arinsal, arrastró su letanía, un paso de Semana Santa por el entramado pirenaico, un laberinto sin salida para Evenepoel.
Se plegó el belga. El silencio le acompañó. También los costaleros del Soudal, que le aliviaron la pena al joven campeón. Brazos amigos para sostenerle. Cercanía. La manada de lobos no tenía fauces, solo ternura para Evenepoel.
El Jumbo, versión Tour
Le protegieron de la sensación de fracaso, de la soledad. A Evenepoel le cayó la montaña encima. Aplastado. Se deshilachó sin remedio, rasgado al paso del Jumbo, con el frac del Tour. Encendidos en Francia. Unos antorcheros. Recuerdos de los sueños de las tardes de verano.
En el territorio de Vingegaard, Evenepoel sufrió un calvario. Desconectado cuando le midió la montaña, que no entiende de jerarquías. Despiadada. A Almeida le señaló también el Aubisque. Otra víctima de los Pirineos. Mal de altura.
Del vértigo en los tejados de la Vuelta disfrutaba, jugón, el Jumbo. Vingegaard atizó la revuelta en Spandelles, la carretera estrecha y rugosa, el calor luciendo musculatura. El sol enfocando la Vuelta como una obra de Broadway. Paisaje del julio francés en septiembre.
Vingegaard, muy activo
Landa, maillot a dos aguas, a pecho descubierto, la canícula presente, se sumó al festival ofensivo. En las entrañas de Spandelles, además de Kuss, Vingegaard y Roglic ondeaban Landa, Vlasov, Ayuso, Soler o Mas.
En la belleza de la montaña, de las herraduras que ondulan la carreteras, del bosque y de los árboles frondosos, del resplandor en la hierba, la crueldad permanece intacta. Es el Tour en la Vuelta.
Eso enterró a Evenepoel, en crisis total, noqueado en la lona. Implosionó entre montañas con galones, de cuellos almidonados, mirada torva y mandíbula apretada. Demasiadas aristas para el belga, que era una alma en pena atravesando los Pirineos.
Su caída a los infiernos hacía cenizas su presente en la Vuelta. No tiene huella ya en la carrera que conquistó un año antes. El hundimiento en el lecho de los Pirineos le coloca un velo de alquitrán en la mirada para observar el horizonte del Tour. Un descalabro absoluto. Evenepoel deberá repensarse el futuro. ¿Es hombre Tour?
La ley del Tourmalet
Hacia la cima mítica del Tourmalet enfilaron los mejores aún en grupo con viruta. Demasiados invitados. Esperaba el gigante, 2.115 metros, 18,9 kilómetros al 7,4% de media y rampas al 13%, tamborileando los dedos. El minimalismo se impondría. El Jumbo fijó la cordada.
Las pisadas. Gesink, después, Kelderman. Todos en fila, pendientes de un hilo. Una subida eterna. Desgaste y supervivencia. La lija de la desazón. Kelderman pastoreaba a Vingegaard, Kuss, Roglic, Ayuso, Mas, Landa, Vlasov… Comenzó el baile.
Ataque letal del danés
Rock&roll. El danés agitó la coctelera. Un destello. Cegó al resto. El brillo del Tour perdura. Vingegaard y el resto en el retrovisor. Kuss, Roglic, Mas, Ayuso y Uijtdebroeks. El viento aligeraba al alado danés. Soler se encogió. Liberado Vingegaard, Mas atrajo a Kuss. Ayuso, Roglic y Uijtdebroeks se cosieron. Landa cedió en medio del tiroteo.
El danés se asomaba al precipicio para situar al grupo, reunidos Kuss, Roglic, Mas, Ayuso y Uijtdebroeks. Landa regresó más tarde. Nadie tuvo respuesta frente al danés, varios cuerpos por delante del resto.
Vingegaard, ingrávido, levitó y conquistó la cima para dar la bienvenida a Kuss y Roglic. Fiesta amarilla en la cima. Brindis a tres. Vingegaard descorcha en el Tourmalet el festival del Jumbo.