Cuando nada se sabía de Jonas Vingegaard, engullido por los fastos y los peajes de la fama tras coronarse en el Tour, cuando Dinamarca era suya, aclamado como un rey, la rumorología se desató alrededor del campeón de la carrera francesa. No daba señales de vida Vingegaard, que evitó los focos y hasta los critériums, –esas carreras donde la aparición del campeón del Tour está muy bien pagada, son tremendamente festivas y más espectáculo que competición– mentalmente fatigado. Se tumbó en el sofá y se refugió en su familia.
En ese tiempo renunció a competir en el Tour de Dinamarca y dijo no al Mundial el danés. Nadie entendía el motivo. Todos buscaban a Vingegaard, pero ninguno le encontraba donde se suponía, colgado de un dorsal, en alguna competición. El danés prefirió el anonimato y disfrutar de la familia. Vivir la vida. No siempre lo urgente es lo importante. Desconectó sus estrella. Se apagó.
“Lo que te pasa cuando ganas el Tour es una especie de bombardeo mental. Es muy difícil hablar con los medios y los aficionados todos los días. Es genial, pero también muy agotador”, dijo el danés al diario Ekstra Bladet. A Vingegaard le atrapó una sensación muy similar al vacío después de convertirse en el centro del universo. “No quiero decir que me sentí vacío, pero sí que fue una sensación extraña”, expuso.
Tras el logro del Tour, el danés estiró las piernas al sol en agosto. Un trabajador más disfrutando de las vacaciones. Rastreó el calor y la lumbre del astro rey. Se trasladó a Málaga para entrenar en septiembre, camuflado en el anonimato. Mientras tanto, Evenepoel estallaba en la Vuelta y en el Mundial, que también coronó al belga.
Vingegaard estaba a media luz. Preparó su regreso con timidez, de puntillas. Durante las sesiones preparatorias, el danés cayó en la cuenta de que sus piernas no habían perdido impulso, que continuaba siendo el campeón del Tour, el hombre que batió a Pogacar.
REGRESO VICTORIOSO
Dos meses después de alcanzar el trono en París, la carrera que le ha cambiado la vida, se desperezó en la CRO Race, que enfocó con determinación y rigor. En la tercera jornada, Vingegaard, que había quitado el óxido en los dos primeros días, se desempolvó. Brilló el pálido danés en un final de tierra prensada, picudo. Vingegaard pudo con rampas del 18%, cemento rayado para no patinar en una curva imposible, el peralte extraordinario, y holló la colina de Primosten por delante Oscar Onley, apenas un muchacho de 19 años, y Mohoric.
Milan mantuvo el liderato por apenas un segundo sobre Vingegaard. El danés peleó y ofreció su mejor perfil en un duelo estupendo con el inglés del equipo de desarrollo del DSM. La memoria recordó el pulso entre Vingegaard y Pogacar en el tramo de sterrato de La Planche des Belles Filles, al que denominaron Super.
Aquel día, aunque el esloveno pudo con él, Vingegaard comenzó a construir, palmo a palmo, la victoria del Tour. Puso su primer granito de arena. Lo certificó más tarde. Tras convertirse en el rey de Francia, optó por el silencio y el recogimiento. “Me sienta muy bien ganar en esta última parte de la temporada”, analizó Vingegaard. El rey ha vuelto. No se había ido.
VALVERDE ACARICIA EL TRIUNFO
Calculó mal Valverde sus posibilidades en la Coppa Agostoni, donde rozó la victoria. Fue segundo en un esprint de apenas nueve integrantes. Le superó Sjoerd Bax, que en realidad no temió por el triunfo porque se precipitó Valverde, al que le restan tres carreras para bajar el telón a su vida profesional en Il Lombardia.
La clásica la manejó con criterio el Movistar, que llegó al final con Mas trabajando para Valverde. Parecía el escenario perfecto para el Bala, pero Valverde no posee la explosividad de antaño. Lanzó el esprint desde muy lejos. Demasiado. Le remontó Bax, que cantó su primera victoria en el profesionalismo tras dejar atrás a Valverd