Polideportivo

Vingegaard renace

El danés, infatigable, se rehace a un estruendoso ataque de Pogacar y remonta al líder, al que bate en el esprint a dos en una jornada inolvidable en el Macizo Central
Vingegaard festeja la victoria. / Efe

Nada como las victorias de los vencidos. Las más bellas por lo que significan. Del infierno, de una terrible caída en el descenso de Olaeta, de la curva maldita de la Itzulia, regresa Jonas Vingegaard. El danés estuvo ingresado 12 días, varios de ellos en la UCI del Hospital de Txagorritxu. Fractura de clavícula y neumotórax. Quebrado. Astillado. Vingegaard era un lamento, un ovillo de dolor, un ser humano hecho jirones. Ecce homo.

En el Tour del Renacimiento, el que nació en Florencia, ha resucitado el danés, un campeón infatigable, esculpido del mármol de Carrara. Un coloso. Un David dispuesto a derribar a Goliat, al enérgico y valeroso Tadej Pogacar, un ciclista hipnótico.

Vingegaard derrotó a Pogacar por media rueda en Le Lioran después de una trama emocionante hasta el tuétano que bautizó el regreso de Vingegaard. En esa media rueda de ventaja, aunque la renta de Pogacar es de 1:14, se escribe la historia de un retorno grandioso. Por eso, cuando Vingegaard celebró la victoria con rabia, se derrumbó por dentro. La emoción le asaltó la piel. El ser humano antes que el campeón.

Vingegaard y Pogacar, codo con codo, en el esprint. Efe

El corazón, disparado, la garganta, quebrada. “He vuelto de aquel accidente”, dijo con la voz entrecortada, aterida por el pálpito de un logro absoluto. La victoria de Vingegaard, cuando aún restan los Pirineos y los Alpes, fijan otro rumbo a un Tour que parecía proclive a Pogacar.

El esloveno sentó al danés con un trallazo en Puy Mary Pas de Peyrol. “No pude seguirle, pero he luchado. Estoy de vuelta. Nunca pensé hace dos meses que podría lograr esto”, se confesó Vingegaard.

Jonas Vingegaard, emocionado tras la victoria. Efe

El regreso del campeón

El danés es un superviviente. Pensó en la muerte, cuando estuvo en el hospital. ¿Qué sentido tiene ser campeón del Tour cuando uno solo piensa en vivir? En la oscuridad, le sostuvo el tacto luminoso de su mujer y su hija. “Sin mi familia no podría haberlo conseguido”.

Les dedicó el mejor triunfo de su vida. La victoria de Vingegaard era más grande que la gloria del Tour. Era volver. Sentirse capaz. Derrotar los miedos. Vingegaard es el campeón que vuelve. El Tour comienza otra vez.

El calvario del Macizo Central es un lugar para siempre en la memoria del Tour, que emparejó a Vingegaard y Pogacar, que subrayó el empeño de Evenepoel y rascó a Roglic, que se cayó cuando bajaba con el belga. Fue una jornada excelsa. Una obra maestra. Fue alado Pogacar, resucitó Vingegaard. La Grande Boucle entra en una nueva dimensión.

Vingegaard era una incógnita. Ahora es una certeza. Físicamente cada vez mejor, demostró una fortaleza mental inquebrantable. El espíritu que empuja a los que han vivido episodios traumáticos. Indestructible. El repunte del danés daña a Pogacar. No por la media rueda por la que perdió. Es una nimiedad, pero el fantasma del danés le persigue. No es él y el resto. Vingegaard le sostiene la mirada.

Despavoridos, como si una maldición les persiguiera, todos huyeron por el Macizo Central, que provoca vértigo y miedo. Una estampida a través de carreteras secundarias. Territorio hostil. El Tour entró en pánico, en un acelerador de partículas. Metralla y caos. El baile de los malditos. Una hoguera que prendía, el incendio que se extendía, descontrolado.

Lanzallamas, tierra de dragones. De fogonazos, de cenizas. No había bochorno aunque la temperatura era infernal. La velocidad desmedida. Loca. Una turbina. Volaban los dorsales. El esloveno, en un ecosistema repleto de cotas, disfrutaba en el paraíso.

Al compás bamboleaban Vingegaard, Evenepoel, Roglic, Carlos Rodríguez o Landa. En el punto de fuga del paisaje se izaba el Col de Néronne (2ª), el Puy Mary Pas de Peyrol (1ª), el Col de Pertus (2ª) y el Col de Font de Cère (3ª). La calva de Francia hasta que comenzó la reforestación. Sombra para la sartén. Tierra de volcanes y de cráteres. Latido de lava. Emanaba calor.

Cara para Lazkano, cruz para Izagirre

Chispas entre las cabeceras de los equipos. Van Aert derrapó. Gafado el belga. Se disparó, formidable, Oier Lazkano, imperial su travesía en su primer Tour, de la que se bajó Ion Izagirre, baqueteado por el físico. En el Col de Néronne, Lazkano era un caballo alado, Pegaso. Laminó a sus colegas. Solo, la mejor compañía. Healy y Carapaz le rastreaban.

A Pello Bilbao, el físico laminado, le juzgó la ley de la carretera en un territorio sin respiro. Ni una onza de calma. El gernikarra se ató a la grupeta de los velocistas para resistir un día en el calvario. El dolor y la dicha se abrazan con descaro en el Tour. La pena para Ion y Pello.

En el lado opuesto sonreía Lazkano, un hombre llamado caballo. Salvaje, fuerte, formidable, el gasteiztarra se enganchó a la fuga con un buen puñado de ilustres, mientras los arrieros de Pogacar controlaban el acelerador. Eso le condenó.

Ataque del líder

Pogacar quería expresarse con contundencia en la región de Cantal. Al esloveno le gusta pintar en todos los paisajes, firmarlos con sus arrebatos, con su talento desmedido. Adam Yates oficiaba de marchante de arte para abrir el museo al genio esloveno. Vingegaard le anudaba. El balanceo de Yates descompuso a Ayuso. Aplastó el último aliento de Lazkano, soberbia su etapa. También se tragó a Enric Mas.

Resistían los nobles. La alta aristocracia. El líder, Vingegaard, Evenepoel, Roglic, Carlos Rodríguez, Landa… El lugar exacto para lanzarse hacia la estratosfera. Pogacar, los hombros hacia delante, en posición de ataque, se abalanzó. Una descarga. Electroshock. Sacudida en la nuez del cuello del Puy Mary Pas. Vingegaard dudó. Vio alejarse al líder. El fulgor amarillo que todo lo puede.

El danés esperó a que Roglic reaccionara, un hilo del que tirar. Se agarró a su rueda y después se estiró. Al igual que en el Galibier, Pogacar lo atravesó esprintando, con una renta de escasos segundos. Kamikaze enamorado. Se lanzó en picado. Vingegaard, más precavido, cedió. Asomó Roglic. Se aliaron en la persecución.

Por detrás se desgañitaba Evenepoel, que arrastró a Carlos Rodríguez. Todos a por el esloveno, a un centímetro de estrellarse. A punto de descabalgar. Tuvo que corregir la trazada en dos ocasiones.

A Vingegaard le duelen los descensos. Olaeta continúa paseando en la mente del danés. Eso le penaliza en un Tour en el que Pogacar se exhibe sin desmayo. El increíble hombre bala. Aspecto extraterrestre el suyo.

Respuesta de Vingegaard

El líder enlazó con el col de Pertus con una renta de más de medio minuto sobre Vingegaard, Roglic y Evenepoel. Se cuarteó Evenepoel, atravesada la montaña. Fastuoso el espectáculo. Un pulso magnífico.

El danés deshilachó a Roglic. Pogacar y Vingegaard se miraban de lejos. Dos gigantes al límite, en el abismo. La excelencia. Giraba el cuello Pogacar. Afilaba el colmillo Vingegaard, ambicioso.

En las pendientes más serenas respiraba el esloveno. En las más broncas, el danés. Una persecución infinita. Ambos hacia la eternidad. Los dos juntos. De nuevo. Vingegaard no se hundió. Resistió. Tocó el hombro del líder tras una remontada enorme. De vuelta Vingegaard. Piel de campeón. Evenepoel y Roglic, emparejados sobre el Pertus, cedían más de 40 segundos.

Pogacar fue testigo del renacimiento de Vingegaard, que atravesado un momento malo, remontó con hambre. Lázaro. En el Col de Font de Cère aguardaba otro duelo al sol entre dos campeones lisérgicos. Se entendieron antes de guerrear. Evenepoel y Roglic continuaban con las sirenas puestas. Carlos Rodríguez y Mikel Landa, en un tercer plano.

Las cámaras de la función eran para el líder y del danés, dos hombres y un destino. Una oda al ciclismo. Una jornada para la historia. Magno el espectáculo. Hombro con hombro. Un esprint en las montañas. Dos pistards en Le Lioran. Colosos del Tour, campeones. Media rueda de gloria para el danés. Una victoria para siempre. Eterno. El renacimiento de Vingegaard.

11/07/2024