Actualizado hace 7 minutos
Con el rostro doliente, el sabor de la derrota impreso en cada surco de la cara, la preocupación tatuada en cada poro de su piel y el labio superior ensangrentado después de una caída, entregó Jonas Vingegaard, astillado por dentro, el liderato de la París-Niza en la Côte de Saint-André, una sucesión de rampas hoscas, con crestas del 18%, entrelazadas en un camino vecinal.
Ese lugar inhóspito desnudó al danés, pálido, sin energía en un final bronco que le descascarilló y le dejó muy tocado. Antes, una caída le destempló el ánimo. Le marcó el labio, que se le abrió al caer en el descenso de la segunda cota de una jornada ideada con el perfil de una clásica de las Ardenas.
Por esa rendija, por la sangre que le dejó el golpe, llegaron las dudas al líder, lastrado, con el cuerpo tocado, vapuleado. Campenaerts, fiel escudero, cuidó de él hasta que se tuvo que enfrentar a esa carretera estrecha, rugosa, ni tan siquiera secundaria, una senda de un barrio alto y caserones desperdigados donde todo era fricción y se resentía la tracción. Vingegaard, dolorido por la caída, penalizó.
En meta, aterido, no pudo quitarse los guantes y evidenció gestos de dolor cuando se tocó la muñeca izquierda. Es difícil concretar la huella que le dejó la caída y si sufre una fractura.
“Jonas me dijo que sentía dolor en una mano (no sabía que tan mal sería el daño, quizás fractura) que fuera por mis opciones. Yo traté de mantenerlo en carrera pero lo vi afectado”, apuntó Matteo Jorgenson, el nuevo líder, que se hizo grande mientras el danés cabeceaba, negado por el cuerpo, arrugado por el calvario.

Lenny Martinez, victorioso.
Victoria de Lenny Martinez
En ese ecosistema, Vingegaard, debilitado, entregó la corona. Se la puso sobre la cabeza su compañero, Jorgenson, campeón de la pasada edición. Las nubes oscuras que cubren el pensamiento del danés, es el sol que amanece sobre el norteamericano, impecable su ascensión hasta que a un palmo de la cumbre, Lenny Martinez, protagonista la víspera, le sobrepasó. Martinez, hijo y nieto de ciclistas, manejó la distancia y sometió a Jorgenson y Champoussin, segundo.
Gritó su alegría, incrédulo, Lenny Martinez, extasiado en Saint-André, un lugar inolvidable para el francés. Del duelo en ese territorio que emparentaba con las clásicas salió reforzada la candidatura de Jorgenson, el mejor de los favoritos en la ascensión, donde el enérgico y crepitante
Almeida perdió el ardor con el que quemó a Vingegaard. El luso fue mejor que el danés, pero no respondió al poderío de Jorgenson, que rebanó una bonificación de cuatro segundos.
Skjelmose también quedó retratado entre esas rampas picudas a pesar de que Pedersen le colocó de fábula en la aproximación. El noruego, empero, no encontró la vía para progresar en una ascensión de esprints hasta que Jorgenson estableció orden y criterio.
París-Niza
Quinta etapa
1. Lenny Martinez (Bahrain) 4h36:23
2. Clément Champoussin (Astana) a 3’’
3. Matteo Jorgenson (Visma) m.t.
General
1. Matteo Jorgenson (Visma) 16h27:26
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 22’’
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 36’’
McNulty, peón de Almeida, intervino con un acelerón que dañó al portugués sobre un piso de velcro, con tramos de hormigón. Almeida se deshilachó.
Para entonces, Vingegaard era un reflejo deformado del ciclista que es. Pedaleaba sobre el dolor. Le mantenía en pie el orgullo de campeón. A Jorgenson le elevaba su jerarquía. Envió un mensaje de poderío, la respuesta a la sublevación de Almeida en la jornada anterior.
A Vingegaard le quedó el mal cuerpo y el gesto adusto. No logró revertir la sensación que le recorrió en La Loge des Gardes. Se quedó sin ceremonia de podio. Ese lugar estaba reservado para su compañero Jorgenson, sonriente en la azotea de la París-Niza, con 22 segundos de renta sobre Vingegaard, 36 respecto a Lipowitz y 40 con Almeida.
Mientras tanto, el danés, con la ropa de abrigo encima, abrazó a Campenaerts, que siempre estuvo pendiente de él, tratando de sanarle y protegiéndole a cada palmo del camino. Nada como un abrazo caluroso y tierno para recomponerse de la mala fortuna que agarró al danés y le mandó a la lona. Vingegaard se agrieta.