En el Joux Plane se paró el tiempo y el espacio. Dos pistards en el velódromo de los tejados del Tour. Congelados Vingegaard y Pogacar. En paralelo. Hombro con hombro. Retrocedió el arcano del Tour, al instante de Anquetil y Poulidor en el Puy de Dôme. No era 1964 pero la memoria se superponía con la realidad. Solapadas dos leyendas. En el Tour de los segundos, donde el líder y el esloveno se fusionan, el momento reflejó una rivalidad extraordinaria.
Diez segundos les separan. Ha ganado una pulgada Vingegaard, que rascó en la bonificación de la cima alpina. El esloveno respondió en Morzine. Le comió dos segundos, pero el paso por la cumbre daba tres chasquidos.
El duelo, al extremo, le dio un instante más a Vingegaard, que soportó la arremetida de Pogacar en el Joux Plane. Se mantuvo, funambulista sobre el alambre, el líder. No pudo quebrarle Pogacar. No hay espacio para nadie en esa lucha hasta los estertores por el trono de París. Sólo ellos y el Tour.
Entre ese marcaje implacable, se hizo un hueco el maratoniano Carlos Rodríguez, extraordinario de punta a punta. No se desvaneció cuando perdió impulso en el colosal Joux Plane. Carácter de campeón, en el Tour de su debut, apareció en el momento de las miradas entre Pogacar y Vingegaard, que solo tienen ojos el uno para el otro, como dos locos enamorados.
De esa enajenación surgió la locura maravillosa de Carlos Rodríguez, que surfeó el descenso del Joux Plane para dar con la gloria en Morzine como Ion Izagirre en 2016. Burbujas y champán. Espumoso el granadino, que completó un recital. Se quedó con el podio por un segundo ante el debilitado Hindley.
El Tour se cuenta con los dedos de las manos y con la emoción del corazón. Fastuoso el espectáculo. Una avalancha de emociones. Pulsión y pasión. Pura vida en una etapa para la memoria. Antológica. El Tour en su apogeo.
Igualdad extrema
El idioma del Tour es una mezcla entre el danés del líder, Vingegaard, y el esloveno de Pogacar. De momento, es inteligible. Ambos se mezclan para establecer el lenguaje de la exuberancia. En el coloso alpino comenzaría la discusión por la eternidad, el debate entre los dos astros que gobiernan el ciclismo. Carlo Rodríguez es el tercer hombre. El primer humano.
Nueve segundos les separaban en el portal de una ascensión formidable, gigantesca. 11,7 kilómetros al 8,5 % de desnivel. Un campo de batalla vertical. Un rascacielos. Majka, el alfil de Pogacar, se interpuso en la rampa inicial. Fuera caretas. Vingegaard contaba con Kuss, el Durango Kid. El esloveno también sumaba a Adam Yates para la causa. Los otros, Hindley, Carlos Rodríguez, Pello Bilbao… El de Gernika pelea el Top-10. Es octavo. Lejos del podio.
Van Aert, que se había hecho el muerto, resucitó. Guerra psicológica. Lázaro. Se lanzó como un poseso y con su fuego quemó a Majka. Lo eliminó de la ecuación. Resistían el líder, Pogacar, Carlos Rodríguez y Hindley. Yates era el aliado del esloveno. Kuss, el guía de Vingegaard.
Felix Gall era el invitado. El líder cubría su mirada con las enormes gafas de sol. Indescifrable el rictus. Pogacar, cosido a su rueda, no quería perder detalle. Ojos bien abiertos. Las gafas anidando sobre el casco. Todos sentados. Kuss no dejaba de fijar el compás. Metrónomo.
Se refrescaba el cuerpo el norteamericano. Cerrado hasta el cuello Vingegaard. Pretendía desatarse. Pogacar quería refrigerarse. Yates le prestó el botellín. Al esloveno se le escurrió la ponchera que le había dado un auxiliar. Felix Gall cedió. Hindley se derrumbó.
Carlos Rodríguez sonreía a pecho descubierto, la cadena bamboleante. Adam Yates se puso al frente. Recibió la orden de Pogacar. Se agrietó Kuss. Vingegaard se grapó en la silueta del esloveno en una rampas tormentosas. Llamada a la guerra total.
Pogacar, a por todas
Pogacar propulsó el turbo. A por todas. En estampida. Aceleración brutal. Rompe y rasga. Nadie posee esa capacidad de despegue. Ese esprint de bólido. Una sacudida formidable. Vingegaard se agrietó unos metros. Luego el hilo de vida se quebró unos segundos. Pogacar movía la cabeza. Los ojos, en llamas.
Vingegaard, duro, resistente, sólido, amigo del sufrimiento, le mantuvo a distancia. La igualdad extrema. En los límites. Más allá incluso. Pogacar miraba para atrás. No lograba perder de vista a Vingegaard, que le tocó el hombro tras una demostración de cómo resolver una crisis. Alma de campeón. Otra vez unidos. En paralelo. Poulidor y Anquetil en el Joux Plane. Vigilándose.
Carlo Rodríguez no dimite
Carlos Rodríguez les perseguía. Quería el podio. Ser el tercer hombre. Pogacar y Vingegaard se retaron en la cumbre. Otro esprint. El botín, para el líder. Le ganó tres segundos de bonificación al esloveno. Un espectáculo soberbio. Dos genios camino de los libros de historia, de los incunables del Tour y sus héroes alados.
La afición emparedaba a los dos, ensimismados. Formidables. Carlos Rodríguez se presentó con Yates. Hola y adiós. Kamikaze en el descenso. Tensaba Pogacar en un descenso vertiginoso. El danés no se apartó ni una pizca del esloveno. Rodríguez, majestuoso, conquistó Morzine y cuenta con un segundo de ventaja en el podio. En diez está el Tour.
Caída al comienzo
Los gritos de ambulancia, las luces locas de las urgencias, despertaron el Tour, rodando por el suelo. Caídos a decenas. Una montonera. Cuerpo a tierra bajo la lluvia que recibió el día en Annemasse. Después se apartó y gobernó el sol. El legado que dejó la lluvia fueron los abandonos.
Pedrero y Meintjes salieron en ambulancia de la Grande Boucle. Chaves, Bardet y Shaw también se despidieron. Ante la demanda de asistencia médica, la dirección del Tour echó pie a tierra. Se frenó la carrera durante unos minutos para reordenar la presencia del soporte médico.
Una vez garantizado, el Tour se puso de nuevo en marcha frente al tomavistas alpino. Mikel Landa, marchito, quiso florecer entre las montañas, que siempre ha sentido suyas. Su hogar. El de Murgia se adentró en la expedición que anhelaba una aventura magnífica, para recordar.
Con el murgiarra compartieron mochila Gorka Izagirre y Aranburu. También Kwiatkowski o Woods, los reyes del Grand Colombier y el Puy de Dôme. El Jumbo no quería que hubiera memoria ni registro de un gran alzamiento.
Fuga con Landa
Aplastó la rebelión antes de encauzar la carrera el Col de la Ramaz. Se habían deshojado Saxel, Cou y Feu. Los que se fueron no acaban de irse, escueta la renta. Atizaba el calor. El amarillo del sol es el cuarto color de la Francia ciclista, la que padece la canícula cada julio.
Las bocanadas de aire caliente estiran las montañas, las hacen más espesas, y punzantes. En Ramaz, Landa, Aranburu y Gorka Izagirre eran pasado. Los costaleros de Vingegaard aplastaban la montaña. Desmoralizaban al resto, que no eran tantos. Resistían los favoritos, pero la galería de rostros eran de padecimiento. La trituradora del Jumbo desgajaba las ilusiones.
Un Tour para la eternidad
En los Alpes no había lugar para las poses. Descubiertos, a la intemperie. Sin cobijo. Una radiografía. Ciclistas en el tuétano, sacudidos los huesos por la ambición del líder. Un calvario. En el ábaco del Jumbo, su cálculo era el siguiente: forzar a Pogacar a un elevado nivel de vatios durante un tiempo prolongado. De esa apuesta con todo ganaron un segundo en un Tour que es un parpadeo.
El Jumbo, un martillo pilón, la cadena de montaje repleta de enormes relevistas, quería repetir Granon o Hautacam. Pogacar, el genio contra el mundo, los frenó. El esloveno se fijó en paralelo al líder en el sube y baja de emociones. Un tobogán alpino. Sin resuello en un escenario hipnótico. Moles exuberantes, techos de nieve en sus chimeneas rocosas y verdes laderas se fusionaron en el Joux Plane, un puerto para siempre. Vingegaard y Pogacar congelan el Tour en la eternidad.