No es sólo una aspiración de los gobiernos más avanzados, sino un derecho humano desde 2017. Aquel año, los Estados de Europa reconocieron que todas las personas merecen unos cuidados de larga duración asequibles y de buena calidad, en particular de asistencia a domicilio y servicios comunitarios. Hasta ahora, la tendencia ha sido desinstitucionalizar esa atención bajo la premisa de que las personas mayores prefieren seguir viviendo en sus hogares antes que trasladarse a una residencia. Sin embargo, el insuficiente desarrollo de los servicios de atención profesional genera una presión importante sobre las familias: la realidad muestra que todavía hoy el 80% de los cuidados recae sobre ellas. Con un riesgo añadido del que empiezan a alertar los expertos: fenómenos como la incorporación de las mujeres al mercado laboral, los aumentos en la edad de jubilación o los cambios en las estructuras demográficas conspiran para crear lo que ya se define como una crisis de la disponibilidad de la atención familiar en el futuro.
En las últimas décadas, los países europeos han envejecido de forma continuada: para 2030, el 43% de la población del viejo continente tendrá más de 50 años; alrededor de una cuarta parte, más de 65, y más del 10%, más de 75. La longevidad no es algo excepcional en Bizkaia: nuestra esperanza de vida es de 86,3 años en el caso de las mujeres y de 80,7 en el de los hombres; el 23% de los vizcainos tiene ya más de 65 años.
Sin embargo, la esperanza de vida con buena salud está muy por debajo de esas cifras: 64,5 años para las mujeres y 63,5 para los hombres. El aumento de la esperanza de vida trae consigo un mayor número de personas de edad avanzada, con más necesidades de cuidados sociales y sanitarios: tres cuartas partes de las más de 30 millones de personas mayores de 85 años que vivirán en Europa a mediados de siglo sufrirán al menos una enfermedad crónica.
Al mismo tiempo que esa longevidad aumenta, los índices de natalidad son cada vez más bajos, según advierte Sarah Harper, catedrática de Gerontología de la Universidad de Oxford y presidenta del grupo de expertos que ha elaborado el estudio Bay of Biscay, Bay of Care. “Ello implica una disminución del número de personas cuidadoras profesionales y familiares necesarias para proporcionar los cuidados necesarios al creciente número y porcentaje de personas mayores en situación de dependencia. Por otra parte, los patrones de migración, las tasas de empleo femenino y el aumento de personas que viven solas también suponen todo un reto para la capacidad de las sociedades europeas de ofrecer los cuidados necesarios”, incide. Tres son, explica, los grandes retos a los que se enfrentan los sistemas sanitarios y sociales: más personas que sufren alguna enfermedad, más enfermedades crónicas y una menor disponibilidad de personas cuidadoras, tanto del ámbito familiar como extrafamiliar. “A medida que Europa se recupera de la pandemia y aborda las nuevas necesidades sanitarias y asistenciales de nuestras sociedades, tenemos una oportunidad real de crear nuevos marcos asistenciales que garanticen los cuidados de larga duración de una forma inclusiva que empodere además a nuestra población mayor”, invita.
Para Maciej Kucharczyk, secretario general de Age Plataform Europe, una red europea de organizaciones de personas mayores de la Unión Europea, el objetivo de los cuidados de larga duración debe centrarse en garantizar la autonomía e independencia de las personas de todas las edades. “Deben permitir a todo el mundo seguir formando parte de la sociedad en iguales condiciones y con los mismos derechos. Debemos rebatir la idea de que las personas que precisan cuidados son una carga para la sociedad. Los servicios asistenciales no son un objetivo en sí mismo, sino el medio para preservar o alcanzar una buena calidad de vida”, aboga.
Pero, ¿qué son los cuidados de larga duración? La OMS los define como un medio para garantizar que las personas mayores con una pérdida de capacidad puedan seguir teniendo un envejecimiento sano, con buena calidad de vida y dignidad, y decidiendo ellos cómo vivir sus últimos años. Se diferencian fundamentalmente de los cuidados agudos y de las intervenciones sanitarias en que su finalidad no es curar o sanar una enfermedad, sino favorecer la mayor calidad de vida posible. Se puede hablar de diferentes lugares de prestación de los cuidados de larga duración: cuidados en domicilio, que pueden ser dados por un cuidador familiar o profesional, o cuidados en entornos residenciales. Pero más allá de los diferentes recursos y modelos, la realidad es que cada vez más personas van a necesitarlos, y durante más tiempo.
Los sistemas de cuidados de larga duración en Europa tienen puntos fuertes, sí, pero también debilidades: la dependencia excesiva de las residencias, la falta de programas de apoyo a los cuidadores no profesionales, el enfoque dominante basado en la salud física... Su panorama actual es complejo y difícil de explorar para las personas mayores, sus familias y los profesionales; la fragmentación de servicios prestados por diferentes proveedores suele dar lugar a experiencias negativas e incluso a daños. La capacidad de las personas mayores para mantener una buena salud y una alta calidad de vida e independencia depende a menudo de un entorno propicio y de acceso a la asistencia.
Los países europeos han experimentado un incremento importante de familias y de personas que viven solas; la calidad de la vivienda varía además, con muchas personas de edad viviendo en casas inadecuadas en lo que respecta a calefacción, humedades y adaptación a sus necesidades.
La devastación que el covid provocó en los centros residenciales –la OMS estima que hasta el 50% de las muertes por coronavirus de 2020 afectaron a ese segmento de población– ha vuelto a poner sobre la mesa este reto, ya que esa tasa de mortalidad no respondió solo a la fragilidad física de sus usuarios, sino a que las residencias no estaban preparadas ni equipadas para protegerles.
La persona, en el centro
La pregunta clave es obvia: ¿cómo deberían prestarse esos cuidados? El año pasado, la propia OMS apostaba por que los cuidados estén centrados en la persona y adaptados a sus valores y preferencias, optimicen la capacidad funcional, sean prestados en la comunidad, proporcionen servicios de cuidado continuo, incluyan servicios que empoderen a las personas mayores y hagan hincapié en el apoyo a las personas cuidadoras.
Las personas prefieren envejecer en el lugar donde han vivido, donde tienen sus vínculos relacionales y sus apoyos. Pero, para que las personas sigan residiendo en sus casas, estas deben adaptarse al envejecimiento de sus miembros y los entornos deben ser facilitadores, aproximando los servicios a los domicilios.
La carga de cuidado ha recaído tradicionalmente en las familias y sobre todo en las mujeres –a menudo como cuidadoras únicas– por lo que es preciso invertir en formación para el cuidado; hace falta apoyo y formación para los cuidadores informales y también formación continuada y especializada para los profesionales.
El avance de la telemedicina, por su parte, va a permitir el seguimiento a distancia de patologías crónicas y agudas, el diagnóstico, la monitorización, el autocuidado y el tratamiento y la permanencia en domicilios.
Hay que tener en cuenta además que el grupo de personas mayor de 65 años no es homogéneo. A medida que aumenta la edad, se hacen mayores las diferencias entre las personas, lo que conlleva muy diversos modos de envejecer. Las políticas públicas deben tener en cuenta estas diferencias en el diseño de los recursos y programas. Se necesitan más recursos (más centros de día, más centros residenciales, más servicio de ayuda a domicilio, más teleasistencia), pero también más variedad de oferta. El auge y el desarrollo de nuevos modos de convivencia (cohousing, viviendas compartidas…) son un hecho y deben ser tenidos en cuenta. La mirada de género no debe faltar en la atención a los cuidados de larga duración ya que hay más mujeres mayores en situación de vulnerabilidad, y también hay más mujeres que son cuidadoras informales y profesionales.
En su informe, el grupo de expertos aboga por un enfoque que apoye a las personas mayores y sus familias para que puedan desempeñar un papel central en la planificación y gestión de su cuidado y bienestar; es el denominado modelo de empoderamiento de los cuidados de larga duración. Es el reto que Bizkaia tiene por delante y en el que ya está inmerso.
Ejemplos de éxito
Bélgica
De Weister. Este centro de atención, en Aalbeke, aloja a 45 residentes, parte de ellos personas mayores con demencia. Su cafetería, principalmente llevada por las personas residentes, está abierta al público. Se ha trazado un ‘paseo para el recuerdo’ alrededor del centro y por la localidad, con cuatro sendas diseñadas con y para las personas residentes, en colaboración con habitantes y turistas. El proyecto ha supuesto una oportunidad para desarrollar un programa educativo que rompa el tabú de la demencia. Los paseos han sido también una oportunidad para mejorar la accesibilidad de la ciudad y facilitar el contacto generacional.
Dinamarca
Residencias. Diseñadas como casas reales, con baño privado y cocina americana, las residencias danesas ofrecen a los mayores la sensación de vivir una vida cotidiana normal. La ‘Nursing home of the future’, situada en Aalborg, ha implementado tecnologías para mejorar la calidad de vida: desde suelos sensibles a la presión que alertan de forma automática de caídas, a inodoros secos que permiten a algunos residentes ir solos al baño.
EE.UU.
Aprender viviendo. El programa de inmersión ‘Aprender viviendo’ de la Universidad de Nueva Inglaterra enseña a los estudiantes de Medicina cómo es la vida como usuario de una residencia a través de una experiencia en primera persona. Los estudiantes reciben un estado de salud, diagnóstico y un plan de tratamiento ficticios, y son cuidados en una residencia durante 10 días como si fueran residentes reales.