Vladimir Putin no se siente seguro cuando sale fuera de Rusia. Tanto que se lleva consigo su propio retrete allá donde va. No es que el presidente ruso no quiera apoyar sus nalgas en un váter ajeno, sino que va mucho más allá, tiene pánico a que los servicios de inteligencia de otros países puedan hacerse con su ADN y contrastar su estado de salud. Y más desde que comenzó la invasión de Ucrania, que ha convertido a Rusia, y más concretamente a su líder supremo, en el enemigo de medio planeta.
Y por eso no sólo se lleva el inodoro, sino también unas bolsas especiales para que sus heces no acaben en tuberías de las que alguien las pueda rescatar. La revista francesa Paris Match asegura que los guardaespaldas de Putin recogen sus excrementos en esas bolsas y los envían de vuelta a Rusia para que puedan ser destruidos sin dejar rastro alguno en los países que visite.
Podría parecer una medida exagerada, pero no sorprende del todo viendo cómo han funcionado los viajes del presidente ruso desde que decidió invadir Ucrania. De hecho se hicieron virales sus imágenes departiendo con el presidente francés, Emmanuel Macron, sentados en una mesa larguísima cada uno en un extremo de la misma. Putin se negó a realizarse una prueba PCR para detectar la covid-19 para que Francia no se hiciera con su ADN y por eso decidió guardar tanta distancia con el líder galo, asegurándose también así que la delegación francesa no pudiera obtener un pelo, saliva o cualquier elemento que sirviera para acceder a su ADN.
El precedente: tuberías manipuladas en 1964
Tanta precaución suena a ciencia ficción pero es que hay precedentes. En junio de 1964, el entonces líder de la Unión Soviética, Nikita Jruschov, se encontraba de visita oficial en Copenhague y el Servicio de Inteligencia danés se hizo con sus heces y su orina a través de unas tuberías de desagüe que habían sido manipuladas. ¿Por qué? Pues porque seis meses antes de ese viaje había sido asesinado John F. Kennedy y la Inteligencia danesa estaba especialmente alerta tanto para proteger a su visitante como para espiarlo.
Y es que un chivatazo de la CIA les avisó de que Jruschov podría estar gravemente enfermo y Occidente quería corroborarlo para prepararse ante posibles cambios inminentes en el Kremlin. Aunque unos meses después Jrischov fue destituido como presidente y desde la Unión Soviética se argumentó que se debía a una arterosclerosis avanzada, los análisis efectuados por la Inteligencia danesa rechazaron que la enfermedad fuera importante. En realidad se trató de una suerte de golpe de estado interno dirigido por Leonid Breznev.
Casi 60 años después la situación tiene un cierto parecido, ya que también se especula con que Vladimir Putin pueda sufrir un cáncer avanzado, y de ahí tantos cuidados del presidente con sus excrementos.