Después de lograr amplias cotas de poder tras las elecciones autonómicas y municipales del pasado 28 de mayo merced a sus acuerdos de gobierno con el PP, la ultraderecha se las prometía muy felices de cara a estas generales y aspiraba al premio gordo, entrar en un Gobierno español presidido por el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. Sin embargo, el inesperado golpe en el tablero asestado por el aspirante socialista, Pedro Sánchez, que incluso aumentó sus apoyos y logró dos diputados más, supuso un caramelo amargo para los de Santiago Abascal. Con el pactómetro en la mano, la suma de PP y Vox no supera a la del PSOE, Sumar y los socios tradicionales de Sánchez.
Vox amarró la tercera plaza frente al partido de Yolanda Díaz pero ello resultó un premio insuficiente, logrado además por un escaso margen, con 33 escaños frente a los 31 de Sumar. Los llamamientos al voto útil y el duelo a dos entre Sánchez y Feijóo en que han desembocado estos comicios provocaron que el partido ultra se dejara 19 escaños respecto a 2019, donde alcanzó su cota más alta con 52.
En las dos semanas de campaña electoral también han pesado las advertencias del bloque progresista de lo que podía estar por venir. El retroceso en derechos sociales y el regreso de la censura cultural que están caracterizando a los gobiernos autonómicos del PP por la influencia de Vox tras el 28-M se han esgrimido con el fin de movilizar el voto al PSOE y a las formaciones situadas a su izquierda.
Vox se ha quedado, por tanto, en tierra de nadie, y ya se puede afirmar que hace cuatro años alcanzó su cota más alta de poder. Esta formación subió la apuesta durante la campaña, que calificó como “decisiva” tanto por la oportunidad de desalojar a Sánchez de Moncloa como por la posibilidad de ser imprescindible en la formación del Gobierno. Estas premisas marcaron los mítines de Abascal, que se dividieron entre los ataques al Ejecutivo de coalición y los mensajes a Feijóo.
El líder de ultraderecha se ha volcado en las dos últimas semanas con actos por todo el Estado para tratar de alejar el fantasma del voto útil que enarboló el PP. Abascal admitió que el nivel de sus exigencias quedaría marcado por la fuerza obtenida en las urnas, aunque en los primeros compases de la contienda se llegó a afirmar que aspiraba a ser vicepresidente de un eventual Gobierno de Feijóo que no será tal.
Batacazo en Castilla y León
El retroceso de Vox se visualizó a nivel autonómico y en Castilla y León, donde gobierna en coalición con el PP con sonadas polémicas protagonizadas por el vicepresidente de la Junta, Juan García-Gallardo, sufrió una auténtica sangría al pasar de seis diputados a solo uno. El goteo a la baja fue una constante y así en Extremadura pasó de dos a un diputado, en Castilla-La Mancha se queda con tres frente a los cinco que tenía, en Andalucía se dejó tres por el camino (pasó de 12 a 9) y en Valencia perdió otros dos (tiene 5).
Críticas a Sánchez y Feijóo
El líder de Vox, Santiago Abascal, fue el penúltimo de los líderes de los partidos estatales en valorar la noche electoral, tan solo por delante de Alberto Núñez Feijóo, y repartió críticas tanto al presidente del PP como a Pedro Sánchez. Del candidato socialista censuró que “aún perdiendo las elecciones puede bloquear una investidura y ser incluso investido con el apoyo del secesionismo y del terrorismo”. A Feijóo le achacó que haya contribuido al “blanqueamiento del Gobierno de Sánchez” y a la “desmovilización de la alternativa” al “repartir vicepresidencias, no acudir a debates y votar en contra de mociones de censura”.