Federico Jiménez Losantos, comunicador ultra por excelencia y hasta hace bien poco férreo apoyo mediático de Santiago Abascal, lleva semanas atizando a Vox y a su líder desde su emisora de radio, en un giro que puede resultar extraño pero que explica a la perfección la grave crisis que vive el principal partido de la extrema derecha en el Estado español.
Y es que desde hace meses hay una guerra interna en la formación –al principio soterrada y ya imposible de esconder– entre el llamado sector liberal proveniente del PP y la corriente más ultracatólica y de pasado falangista.
Es esta última la que se está imponiendo para disgusto de Jiménez Losantos, que acusa a Vox de haber sido asimilado por la secta El Yunque, originaria de Latinoamérica y que controlaría buena parte de los resortes de esta sigla.
Pero más allá de sectas y conspiraciones, lo que es evidente es que los de Santiago Abascal atraviesan un profundo bache interno y externo, para desesperación de los referentes mediáticos de la ultraderecha, que ven cómo la suma de PP y Vox no es suficiente para hacerse con las riendas del Estado.
De esta manera, la ultraderecha española vive su primera gran crisis que ha sacado a la luz una guerra de poder interna y enquistada, y que se ha acentuado tras los malos resultados de las generales y una vez esfumada la hipótesis de gobernar junto al PP.
La salida de sus cargos internos y de su escaño de Iván Espinosa de los Monteros evidenció hace unos días que la guerra interna es sin cuartel y que no respeta ni al que ha sido durante los últimos años su principal figura parlamentaria, que ha optado por abandonar la política de la noche a la mañana.
La de Vox es una guerra que, más allá de alguna mínima discrepancia táctica o discursiva, obedece sobre todo al control del poder interno.
Y es que, si bien en los medios de Madrid se ha vendido un choque entre un supuesto sector moderado y otro radical, la realidad indica que todos los dirigentes de Vox, independientemente de la corriente a la que pertenezcan, comparten el discurso ultraderechista, xenófobo e identitario.
Por tanto, se da una lucha de poder entre dos grupos concretos y de diversa procedencia. Por un lado, está el sector que hasta ahora ha sido capitaneado por Espinosa de los Monteros y por Javier Ortega Smith –que también fue purgado en 2022 de la secretaría general, aunque conserva su escaño en el Congreso–, provenientes de corrientes ultraliberales y antaño cercanos al PP.
Enfrente tienen a la corriente más católica y que parece que se impone de momento en la batalla interna. Los rostros más visibles de este sector son los catalanes Jorge Buxadé e Ignacio Garriga, actuales vicepresidente y secretario general y que comparten una visión religiosa muy conservadora y contraria a la que representa hoy en día la Iglesia del Papa Francisco. A estos últimos es a quienes se asocia con El Yunque, secta católica de carácter paramilitar originaria de México y que opera hoy en día a nivel internacional.
En medio, y tratando de hacer equilibrios, está Santiago Abascal, con un liderazgo cada vez más cuestionado a pesar de que ha tratado de blindarse ante los enfrentamientos internos.
Ese cuestionamiento ha quedado patente esta misma semana con las palabras de Ortega Smith, que auguró que la marcha de Espinosa de los Monteros provocará un “efecto negativo” para el partido en las urnas, ya que se trata de una “gigantesca pérdida”. Esta crítica abierta de uno de los principales rostros del partido hubiera sido impensable hace unos meses, cuando en Vox imperaba la ley del silencio y la exhibición de unidad a toda costa.
Ese efecto adverso en las urnas al que se refería Ortega Smith ya se vislumbró el pasado 23-J, cuando la formación perdió 700.000 apoyos, lo que se tradujo en 19 escaños menos en el Congreso –pasó de 52 a 33–, aunque conservó por la mínima la condición de tercera fuerza.
Ahora, en cuanto a la posición táctica de cara al futuro, el partido de Abascal se debate entre ser muleta del PP, al que ya respalda y con el que gobierna en numerosas instituciones locales y autonómicas, o buscar un perfil propio más en sintonía con la extrema derecha europea que capitanean, entre otros rostros, Marine Le Pen, Giorgia Meloni o Viktor Orbán.
Prueba de esa indecisión sobre qué camino tomar es los vaivenes del partido sobre si respaldarán o no al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo en caso de que Felipe VI lo designe como candidato tras la ronda de consultas que arranca ahora.
Por ello, tras la ruptura con los populares escenificada el jueves en el Congreso, cuando Vox no respaldó a Cuca Gamarra al no cederles un puesto en la Mesa; el PP no puede dar por descontados los votos de Abascal.
El partido se desinfla
En cualquier caso, fagocitar a la derecha tradicional, tal y como ha ocurrido en otros países de la Unión Europea, parece hoy en día un sueño inalcanzable para un Vox que se desinfla a marchas forzadas. Y es que la realidad actual de los de Abascal es un declive que, si no son capaces de frenar en los próximos meses, puede conducir a la desaparición del partido en un futuro próximo.
Crisis en Vox
Falta democracia interna
Organización centralizada. Otro factor que lastra sobremanera al partido ultra es su organización interna, con una estructura completamente vertical y centralizada, en la que todas las decisiones las toma un grupo reducido de dirigentes en Madrid, y que convierte a la formación en una trituradora de cargos medios y líderes regionales. Son muchas por tanto las voces que, una vez abandonado Vox o tras ser expulsados, se han prodigado en los medios denunciando la falta de democracia interna y los excesos de la cúpula que dirige el partido. El mayor exponente de esto es Macarena Olona, hasta hace poco más de un año valor en alza de Vox, convertida ahora en su bestia negra.