LAS urgencias que cíclicamente atenazan a los clubes top, precipitaron el regreso a casa de Xavi Hernández el pasado noviembre. Atrás dejó Catar, donde brindó sus últimos recitales sobre el césped para luego asumir la dirección técnica. Durante los casi seis años de dorado exilio en Arabia, su nombre nunca dejó de vincularse al Barcelona. Era una mera cuestión de tiempo que tomase el camino de vuelta, si bien el interesado lo imaginaba de otra manera. El empeño de Joan Laporta, que en marzo inició su segundo mandato presidencial y necesitaba un revulsivo, se tradujo en un acuerdo que vence en 2024. Se abría así una etapa que ha despertado la ilusión en el entorno, aunque será complicado que dé frutos en el presente curso. Es más bien un proyecto para el medio plazo que, cuando menos, apunta ya a que el año próximo el equipo disputará la Champions, objetivo estratégico que peligraba con Ronald Koeman.
Xavi heredaba una plantilla desorientada por la salida de Leo Messi, con referentes desgastados por la edad, algunas supuestas estrellas en su seno y un puñado de canteranos con buena pinta y aún verdes. En su debut en el banquillo, el Barcelona era décimo en la liga, por detrás del Athletic y a la altura de Valencia y Espanyol. Precisamente, el primer envite fue el derbi catalán, resuelto con muchísima fortuna. "Tenemos que mejorar muchas cosas. No estamos en el mejor momento anímico ni de confianza. Estamos muy lejos (de la cabeza), pero soy optimista", declaró ese día. Solicitó tiempo para ir moldeando el grupo, pero también recordó que "el Barcelona es ganar". No conoció otra dinámica como jugador.
Consciente de la exigencia asumida, Xavi se puso manos a la obra y en tres meses se aprecian avances sustanciales. Todavía, apenas un esbozo del Barça que quiere y al que se le augura un magnífico porvenir a partir del potencial de la hornada de jugadores instruidos en el ideario de La Masía. El propio Xavi ha expresado su satisfacción por la calidad y el descaro de Gavi, Nico, Pedri y demás promesas que han de coger el testigo de Piqué, Alba, Busquets, los restos de una época irrepetible guiada por el número uno del mundo, hoy un remedo de sí mismo en París.