La feria de Santo Tomás retornó por todo lo alto después de dos años de ausencia obligada. Todo el mundo lo sabía y todo el mundo quería aprovecharse de ello.
La cita con el primer sector en la urbe de la capital vizcaina se aderezó con variada oferta reivindicativa, otra donde la solidaridad imperaba y buscavidas para los que todo valía con el objetivo de sacar unos euros entre la marabunta que inundó El Arenal y aledaños.
Quienes madrugaron mucho fue parte de la oficialidad municipal que quería que todos los puestos y txosnas que ofrecían placeres para el paladar cumplieran las estrictas reglas de consumo. Un equipo de siete profesionales del área municipal de Salud se encargó desde la siete de la mañana de que todo lo expuesto y lo que se iba a consumir cumpliera con las normas sanitarias preceptivas.
La edil responsable del área de Salud, Yolanda Díez, valoró que excepto “algunos defectos de carácter menor”, que fueron resueltos a lo largo de la mañana, expositores y hosteleros de talo y txakoli presentaban una seguridad alimentaria impecable. Lo mismo ocurrió con la calidad de los productos, cuya trazabilidad de origen estaba asegurada.
Eusko Label
Un ejemplo de ello fueron los 125 kilos de cabezada de lomo de txerri eusko label que se encargó de asar Karlos Ibarrondo, el propio productor de los cerdos en su explotación de Atxondo. “Serán unas mil raciones las que repartamos”, desveló mientras cortaba cada pieza con un afiliado cuchillo ante la mirada de los miembros de Bilboko Konpartsak, los promotores del ágape distribuido a la sombra del lateral de la iglesia de San Nicolás.
La humareda del asado masivo, y sobre todo su gustoso olor, impregnaba toda la zona cercana incluso llegaba donde cinco aizkolaris daban cuenta con sus hachas de otros tantos troncos ante la atónita mirada de cientos de espectadores entre ellos varios turistas con los ojos como platos.
Un poco más allá se mezclaban los sones cubanos de un grupo con buena percusión y las piezas de la romería vasca que bailaban varias decenas de mozos y mozas ataviados con traje típico ante la fachada del teatro Arriaga. Al lado, miembros del servicio municipal de limpieza se aseguraban de que los residuos no se acumularan ni en las aceras ni en los puestos de los baserritaras y fueran vertidos en sus fracciones correspondientes en los camiones de basura estacionados en varios puntos de El Arenal para tal fin. “No queremos que se nos acumulen los residuos”, explicaba un responsable a la vez que controlaba como diferentes empleados inspeccionaban que las decenas de contenedores repartidos por el recinto festivo no se llenaran en exceso.