"No tengo palabras para describir cuánto amaba mi hogar", dice entera pese a todo una mujer de 35 años obligada por la guerra a dejar atrás a su familia. Escapó junto a sus hijos. Una de tantas vidas rotas por la perversidad del ser humano. Su testimonio se diluye entre el griterío de los niños que no han dejado de jugar.
Uno, de 12 años, explica que "a pesar de todo, aquí se está muy bien". Lo confiesa delante de la cámara y ante la mirada de sus amigos, inseparables ya. Solo otro conflicto podría descoser esa amistad; eso, o que la paz regrese a su país y cada uno vuelva a su hogar.
Así lo entiende también un hombre cercano a la cuarentena y natural de un entorno rural. Sentado en un banco rojo sobre el que están las palabras Help y Together (Ayuda y Juntos). "Nuestro único deseo es que la guerra se apacigüe y llegue a su fin, y que la gente vuelva a tener el corazón limpio", entona con la mirada al frente.
Porque incluso en momentos tan dramáticos como los que siguen a una persona que se convierte en refugiada de la noche a la mañana, hay un punto de difícil equilibrio para recuperar la esperanza.
Así lo reflejan esos tres testimonios aunque podrían ser más. Millones de voces más. Tantas como la cifra de desplazados que han dejado atrás sus hogares y su privacidad y se han visto obligados a descuidar su sentimiento de pertenencia a una comunidad porque sus corazones siguen allí: en Alepo, en Damasco, en Raqqa, €
Porque no; no son de Ucrania aunque sus relatos lo parezcan, lo que confirma que no hay refugiados de primera y de segunda. Lo ha apuntado también Ane, una joven que ha podido experimentar gracias a Cruz Roja y la realidad virtual en 360º la realidad del asentamiento de Red Bench Madad, en Líbano. "No hay que separar según por dónde vengan las personas sino atenderlas", ha apostillado.
Conchi también ha visto con sus propios ojos cómo viven en ese trozo de tierra. En casi todos los planos hay niños. Unos correteando, otros junto a sus madres, en bicicleta, otros bailando en corro, € "Dureza". Es la palabra que ha elegido para resumir su percepción de los hechos reproducidos en el vídeo inmersivo. Son poco más de cinco minutos de duración (visitable desde YouTube también) grabados en 2018 y que estos días ha estado en Bilbao (Universidad de Deusto) y que los días 25 y 26 recalará con sus gafas de realidad virtual en los locales que esta entidad humanitaria tiene en Bermeo.
Es una oportunidad para recordar esos conflictos armados -y políticos- olvidados de las agendas mundiales. Los jóvenes que ayer y hoy se han acercado hasta el stand preguntaban si tenía que ver con Ucrania. "No, pero sí" les ha ido respondiendo Eneko Caballero, de la Oficina de Asilo y Protección internacional de Cruz Roja. Y es que las personas sirias que dan voz a esta campaña Sense of home comparten más de lo imaginado con las familias ucranianas, palestinas, yemeníes, rohingyas, nigerianas, salvadoreñas, guatemaltecas,€ y muchas más, obligadas todas ellas a abandonar sus países.
"La campaña huye del sensacionalismo y quiere dar a conocer la realidad del refugiado", ha subrayado Caballero a DEIA. Gracias a la tecnología y a las gafas de realidad virtual "se simula lo que es vivir en un campo de personas refugiadas" en un vídeo grabado en formato 360º para facilitar la usabilidad de la experiencia cuando se visualiza a través de la plataforma de YouTube. "Usamos la tecnología y la innovación para sensibilizar a la población" sobre la crisis de personas migrantes y refugiadas.
Ucrania es hoy el gancho por estar de actualidad, pero en el olvido hay otros ejemplos como el de Siria. En esta gigantesca parcela de Líbano, hay un millón de personas que esperan a ser reasentadas. Algunas llevan allí más de seis años, € Los barracones que dieron vida a un vecindario en Madad (en árabe significa nos ayudamos entre todos), ya son comunidad, aunque como replica el hombre que ofrece su testimonio para Cruz Roja: "Es difícil conseguir que mi gente se sienta como en casa". "¿Y tú, qué harías si te arrebataran tu hogar? ¿A dónde irías?", preguntan.