Sin que hubieran desaparecido de nuestras retinas las horrorosas imágenes de las 45 víctimas –la mayoría, niños– calcinadas por las bombas israelíes en el campo de refugiados de Rafah, Pedro Sánchez compareció con puntualidad exquisita a las ocho y media de la mañana de ayer para anunciar el reconocimiento de Palestina como Estado.
Salvo algún titubeo porque los traviesos folios parecían habérsele cambiado de orden, fue una alocución impecable. De estadista, diría yo, incluso con la propina de la versión en un correctísimo ingles. Punto para sus brujos de la comunicación, si es que la idea no fue directamente suya.
En cuanto al contenido, se notaba a la legua la construcción del texto con escuadra y cartabón.
Y por eso, la frase que fue a los titulares, conforme al plan establecido, fue la que no sonaba a excusa no pedida: “Esta decisión no se toma contra nadie”. Como añadido, la contundente condena a Hamás y su definición sin matices como organización terrorista.
¿Qué va a cambiar?
El resto fue más un poco de circunstancias que resultón y efectivo. Por un lado, Sánchez repitió machaconamente que el objetivo era buscar la paz. Por otro, se escogió como hoja de ruta regresar a las fronteras de 1967, lo que hoy es un imposible metafísico por un cúmulo de motivos en los que el común de los mortales no va a reparar.
¿Y qué va a cambiar esta declaración sincronizada con Irlanda y Noruega? Si pensamos en que Israel va a levantar el acelerador de las matanzas sobre la población civil, vamos dados. Ya hemos visto cómo, después de calificar como trágico error” la carnicería del domingo, el ejército hebreo volvió a atacar otros dos campos de refugiados.
Tampoco podemos esperar que Estados Unidos se dé por aludido. Su desnortado presidente ni siquiera es capaz de extraer las conclusiones por sí mismo. Y sus mil asesores tampoco parece que sean capaces de sacarlo de su nebulosa.
En cuanto a la Unión Europea, quizá haya dos o tres estados más que salten desde el trampolín. Algo muy meritorio por su parte, pero que no enmienda la tibia postura común respecto al matarife Netanyahu. Cobarde Realpolitik, mucho me temo.