En los próximos días, Silvia Sádaba Cipriain presentará el libro Pamplona 1972 Encuentros. Una revisión en perspectiva, una adaptación de su tesis doctoral que publica el Ayuntamiento de la capital navarra. Además, el jueves 6 de octubre inaugurará en el Museo de Navarra una microexposición con parte de la documentación escrita y gráfica que le sirvió en su investigación. Un estudio que articuló en torno a tres pilares básicos: el mecenazgo de los Huarte, el contexto sociopolítico en el que se desarrolló el evento y el legado o la huella que dejó y que se empezó a percibir pasados unos años. “Encuentros similares se consolidaron en ciudades alemanas con características muy parecidas a las de Pamplona, casos de Darsmstadt y Kassel, que hoy están a un primer nivel”, afirma.
Faltan unas horas para que empiece el programa con el que se quiere conmemorar el 50 aniversario de los Encuentros del 72, ¿Tiene ganas de ver qué va a pasar?
–Tengo mucha curiosidad. Creo que de alguna manera se va a sacudir el ambiente cultural de Pamplona y de Navarra y quiero ver las reacciones. He estudiado durante años los Encuentros del 72 y una de las cosas a las que le he dado muchas vueltas es qué pudo pensar el público que asistió a aquella cita.
¿Y tiene ya marcadas en el programa esas actividades que no quiere perderse?
–Pienso acudir a los espectáculos de danza del Gayarre y a los cursos de la UPNA, que me parecen muy interesantes. Pero el conjunto del programa me atrae mucho. No es que en Pamplona no tengamos un poco de cada de vez en cuando, pero lo que le da valor a esta programación es que se concentra todo en poco más de una semana. Si el trabajo me lo permite, también tengo previsto acudir por las tardes a exposiciones, coloquios, conversaciones... Me interesa mucho escuchar los puntos de vista de los invitados.
¿De dónde surgió su interés por los Encuentros del 72?
–En principio iba a hacer un estudio sobre arte navarro de los años 70 y 80, y sin haber oído hablar de los Encuentros, me los encontré. Entonces, Javier Zubiaur, mi director de tesis, me animó a estudiarlos como trabajo de investigación. Y una vez que lo hice vimos que era un tema que daba para mucho, así que ya nos pusimos a hacer la tesis sobre ellos. Casualmente, parece que el Reina Sofía los descubrió a la vez que yo. En aquel 2009, que fue cuando el museo inauguró su exposición sobre los Encuentros, se dio una especie de revival y de pronto había varias personas interesadas de distintos lugares en este tema. Y no se cumplía ningún aniversario. Curioso.
¿A qué cree que se debió?
–No sé, pero es un tema muy rico, apasionante y tiene muchos prismas desde los que aproximarse. Desde el punto de vista histórico está todo lo relacionado con el tardofranquismo, por ejemplo. Ver cómo intervenía en todos los ámbitos de la vida, incluido el cultural, es muy interesante de analizar. Y constatar cómo en ese contexto se trajo todo aquello a Pamplona... No eran corrientes tan novedosas, ya llevaban años de trayectoria, pero sí fue la primera vez que se mostraron a esa escala. Toda esa combinación de factores es lo que hace a los Encuentros tan interesantes para el estudioso y también para el público. Cuando piensas en lo que era Pamplona en el 72 y en cómo pudo ocurrir eso aquí...
En aquel momento, probablemente la ciudadanía no estaba preparada para recibir todos esos estímulos y manifestaciones artísticas, sobre todo porque nunca había experimentado nada igual antes. Y se produjeron reacciones de extrañeza y de rechazo, en algunos casos. ¿La ciudadanía navarra de hoy está preparada para lo que se va a desplegar durante estos días?
–Sí. Al final, es una cuestión de interés de cada uno. En el 72 sí había gente preparada y con la suficiente apertura de mente para recibirlos bien, pero a la vez que estaban estas personas, había otras que no quisieron dejar pasar la oportunidad para hacer otras cosas. Y otras que se aprovecharon para colar su discurso en algo que a priori no tenía nada que ver. En principio, en la Navarra del 72 la concepción del arte por el arte, separado de la vida y de la política, era rara. Es verdad que siempre suelen estar muy interconectados, pero en aquel momento no hubo ninguna intencionalidad política, ni mucho menos, así me lo confirmaron en su día los dos artistas organizadores (José Luis Alexanco y Luis de Pablo), pero todo se acabó mezclando. De todos modos, creo que las reacciones que se dieron entonces hoy no se repetirían.
¿Por qué?
–Porque la población navarra está más formada y porque, en general, todos estamos acostumbrados ya a ver de todo. En el 72 no era así, estábamos aun en una dictadura, la información que llegaba estaba muy tamizada y si te interesaba el arte experimental o la poesía fonética, tenías que buscar de manera activa. Ahora, ya tenemos acceso a casi todo y lo recibimos de una manera más pasiva, sobre todo desde la irrupción de las redes sociales y los medios digitales. Nuestra forma de consumir información es muy pasiva.
Pues entonces no sé si estamos preparados para toda esa reflexión que, en principio, la programación pretende promover con las distintas actividades. Los organizadores quieren que dejen poso, y eso exige un esfuerzo por parte de las/os asistentes.
-Claro, es que buena parte del arte está pensado para que deje poso, para que otra persona lo vea y algo reaccione en su mente o en su ser, no para que pase de puntillas o le resbale. Como decían Alexanco y de Pablo, exige un público activo y no pasivo, porque requiere reflexión, dedicarle tiempo y atención. Y creo que buena parte del público de Pamplona o que va a visitar la ciudad estos días está dispuesto a eso y que, de hecho, está buscando eventos como este para enriquecerse. Es lo que buscamos las personas a las que nos gusta el arte; enriquecernos y evolucionar. Queremos que mueva algo en nosotros, porque si no nos provoca ninguna reacción, ¿para qué?
¿Este tipo de propuestas vienen a agitar la sociedad en muchos sentidos?
–Yo espero que sí. Estos Encuentros 72-22 están más enfocados a repensar nuestro momento presente, desde un punto de vista cultural más amplio de lo que pudo ser la cita del 72, que se centró más en el arte. En este caso, se van a abordar cuestiones de género, políticas migratorias y otros temas con los que se invita a la reflexión. Y si no reflexionas cuando te plantean estos asuntos, es que eres de piedra. Son problemas de nuestro día a día que a todos nos influyen, así que te tienes que involucrar. En ese sentido, me parece un acierto hablar de cosas tan presentes y patentes.
Hablaba antes de las distintas reacciones que se produjeron ante los Encuentros del 72, desde las de la izquierda hasta las de la derecha.
–Hubo reacciones de todo el espectro. Cada uno hizo la lectura que interesaba a su discurso. Para unos fue una ejercicio de libertinaje. Ese desorden y ese no saber muy bien qué estaba pasando no gustó entre los sectores conservadores, y la izquierda interpretó aquello, que era algo que se hacía en muchas ciudades europeas, como una forma de mostrar normalidad de cara al exterior en un contexto anormal como el de una dictadura. Además, las relaciones de la familia Huarte con el poder eran buenas entonces, así que se tomó como una especie de lavado de cara de la dictadura. Y por lo que pude hablar con los artistas organizadores, en ningún caso pensaron en la utilización de los Encuentros en ese sentido.
¿También irrumpió ETA?
–ETA pensó que podía aprovechar la plataforma para hacerse más visible. La Iglesia también se preguntó que era todo aquello y los poderes públicos no sabían muy bien cómo reaccionar. Era una época en que la calle no era libre, así que no tenían claro qué hacer. Recuerdo que había un desfile de poesía, el de Arias-Misson, en el que la gente simplemente recorría Pamplona con distintos signos de puntuación. Y la policía les paró para ver qué era eso. Hay que recordar que no había democracia y que, de algún modo, todo ese abanico de reacciones hizo más patente la anormalidad de lo que aquí ocurría.
Quizá hemos mitificado lo que fueron los Encuentros del 72, sobre todo el modo en que nacieron, como un encargo de unos mecenas privados a un par de artistas que lograron reunir a cientos de creadores en un efecto casi de bola de nieve. El programa del aniversario pinta, sin embargo, muy institucional.
–Es un cambio importante, sí. Los Encuentros del 72 no fueron algo espontáneo, pero sí es cierto que las cosas vinieron dadas sin una planificación previa. Alexanco y de Pablo extendieron la invitación a todos sus contactos y simplemente les pidieron que lo que se trajera aquí fuera serio y representativo de su momento. Luego se estructuró en una serie de días y se diseñó un programa, pero el volumen de artistas que alcanzó fue enorme. Sin olvidar que no era lo mismo hacer algunas actividades en cualquier otra ciudad europea que hacerlas en Pamplona. De pronto, se encontraron con que había que hablar con el gobernador civil todos los días para pedir permiso para todo. Les fue atropellando la realidad del momento... Y ahora, las instituciones llevaban tiempo pensando en hacer algo así, de modo que el planteamiento es distinto, mucho más reposado, y quizá sí menos espontáneo.
Otra gran diferencia, como ya se ha comentado, es que aquellos Encuentros fueron promovidos desde la iniciativa privada de unos mecenas, los Huarte, y estos están sustentados en el dinero público. El mecenazgo a ese nivel parece haber desaparecido o permanece en reductos muy concretos, al menos en España.
–La figura de los Huarte es bastante singular. En mi trabajo he buscado parangones de su tipo de mecenazgo, pero no los he encontrado. Los modelos europeos y estadounidense tenían más que ver con la creación de fundaciones, tipo la Thyssen o la Smithsonian. Y los Huarte funcionaban sin una gran planificación detrás. Se interesaban por un artista y no es que le compraran obra, es que lo becaban para que trabajara. Algo así no es habitual. Hoy en día la situación es totalmente distinta. La subvención del arte suele partir desde las instituciones y ya casi no hay particulares invirtiendo ahí. Es más fácil encontrar coleccionistas que mecenas, que no son lo mismo.
La idea inicial es que aquellos Encuentros se convirtieran en una bienal, pero no pudo ser.
–Para mí, uno de los puntos clave de los Encuentros del 72 es que nacieron como una bienal. La idea es que fuera el primer paso de una larga trayectoria que hubiera transformado Pamplona. Pero no pudo ser. ETA secuestró a Felipe Huarte y ahí la familia se replanteó si estar tan expuesta a la opinión pública o no. Un tiempo más tarde, cuando quizá ya se habían recuperado anímicamente de lo sucedido, les pilló con problemas económicos en sus empresas. Y aunque me consta que siguieron comprando arte y ejerciendo el meceznago, lo hicieron de una manera menos evidente. Pero sí, ese detalle de que estuviera pensado como evento bienal le da otra dimensión. Era un proyecto muy ambicioso. En mi trabajo estudio el caso de ciudades que cuentan con estos programas bienales e incluso quinquenales, como la Documenta, y se ve que son profundamente transformadores a nivel cultural, pero también económico.
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Entrando en el terreno de la hipótesis, ¿qué le habría pasado a Pamplona si hubieran continuado?
–(Ríe) No sé, todos queremos creer que habrían transformado la ciudad. Desde luego, se habría abierto otro canal exterior y la ciudad no se conocería fuera solo por los Sanfermines. Además, la celebración de este tipo de eventos periódicos fomenta la creación de infraestructuras culturales que habríamos tenido mucho antes. Todo eso genera riqueza. Y, por supuesto, una población acostumbrada a ver toda clase de arte en este tipo de citas, siempre está más predispuesta a dejarse empapar. Quién sabe, puestos a soñar, tal vez habría surgido aquí una escuela de artistas. Si cada dos años recibes savia nueva de fuera con lo más novedoso, tarde o temprano esto germina por alguna parte.
Los primeros Encuentros se celebraron durante una dictadura, ahora llegan en un momento de crisis democrática, con el auge de los populismos y la ultraderecha, la amenaza nuclear, el fenómeno migratorio, la lucha por la igualdad... Parece apropiado preguntar qué importancia pueden tener los intelectuales en encrucijadas como la que estamos atravesando.
–Los intelectuales hacen falta siempre. Escuchar la opinión de una persona que ha reflexionado en profundidad sobre un tema siempre es útil, para descartarla o para decidir que comulgas con ciertos aspectos. Y, como bien dices, estamos en un momento casi de involución. Se está retomando el lenguaje de la guerra fría, así que no está mal aprender de expertos que conocen algunas épocas históricas y reflexionar sobre lo que pasó entonces, adónde nos llevó y adónde nos puede llevar lo que está sucediendo ahora. A pesar de movimientos como el 15-M, la realidad es que gran parte de la ciudadanía ha estado muy pasiva en los últimos años. Hace mucho tiempo que no teníamos en suelo europeo un conflicto bélico con la potencial escala que puede adquirir la guerra de Ucrania. No deberíamos permanecer indiferentes ante situaciones así. Y los inteletuales tienen mucho que decir ante estas cuestiones, claro que sí.
Y la parte más artística del programa, las/os creadoras/es de danza, teatro, artes plásticas, cine..., ¿qué pueden aportar en este momento en el que el rupturismo y la transgresión son difíciles de alcanzar?
–Siempre pueden traer nuevos lenguajes, nuevas poéticas, nuevas interpretaciones... Aquellas obras que estén más pegadas a la realidad y aborden conceptos como los de igualdad, justicia, democracia seguro que nos ofrecerán una lectura que nos puede aportar mucho. Nos pueden remover y nos pueden hacer pensar. Aquí creemos que vivimos en un lugar seguro en el que no nos puede pasar nada, pero hay que ser conscientes de que eso puede cambiar en un momento dado. Igual no deberíamos ser tan pasivos, o sí, quizá la reflexión a la que se llega es que estamos haciendo todo lo que podemos... Esto, sumado al intercambio de opiniones en los diálogos y las mesas redondas, seguro que deja semilla, poso.
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¿Es esta cita una oportunidad que nos traen hasta nuestra ciudad y que no deberíamos dejar pasar?
–No habría que dejarla pasar, no; y habría que aprovecharla no solamente asistiendo a las distintas actividades, sino, además, buscando cierta continuidad. Estos Encuentros 72-22 están muy bien, pero si quedan como flor de un día va a pasar como con los de 1972, que todos los recordamos como un magnífico evento, pero allí quedaron. Sí que es verdad que dejaron su huella, no es que pasaran de largo, pero no estaría mal aprovechar el potencial de lo que va a pasar estos día en Pamplona animando a los promotores de la programación a que sigan apostando por ella en el futuro.
¿Qué huella diría que dejaron los Encuentros del 72?
–Hay que pensar que cuando se celebraron todavía quedaban tres años de dictadura y que luego llegó toda la vorágine del proceso democrático en el que había cosas más urgentes que hacer. Pero personas que asistieron me han contado que les sirvió para abrir la mente, para descubrir todas las manifestaciones que se estaban haciendo fuera y para ver que se podía vivir de otra manera. Y sí que es verdad que, pasados 15 o 20 años, se empezó a ver su huella. Se recuerdan como algo positivo, algo a recuperar, algo mítico y ya era hora de que se hiciera algo más que recordarlos.
¿A qué conclusiones principales llega en su investigación?
–La primera es que los Encuentros del 72 fueron fruto de la voluntad de unos patronos privados y de unos artistas que supieron hacerse un hueco en el que presentar su proyecto. Y no sin dificultades. También hay que destacar que fueron una oportunidad perdida, ya que si hubiera continuado, habrían sido fuente de riqueza cultural y económica para Navarra. Sin olvidar que se dio escaparate a una serie de manifestaciones a las que de otra manera era muy difícil acceder. En los últimos años se han hecho un montón de cosas recordándolos, así que al final el balance de los Encuentros del 72 es positivo. Unos, quienes los organizaron, han obtenido un justo reconocimiento, en mi opinión, y otros nos hemos enriquecido.
Habrá que aprovechar ahora también para enriquecernos y que no tengan que pasar otros 50 años...
–Desde luego. Yo animo a todo el mundo a que acuda, aunque sea para criticarlos.