El catedrático de Salud pública ha escrito Salmones, hormonas y pantallas para poder decir la verdad a los jóvenes. “Pienso que abunda el desconocimiento y, también, en ocasiones, una pseudociencia movida por intereses comerciales e incluso por ingeniería social. Es necesario destapar las falacias. Sin paños calientes”, dice con vehemencia el doctor Miguel Ángel Martínez-González, quien destinará todos los beneficios de la publicación a la investigación en Salud Pública.
¿Ha escrito este libro para poder decir la verdad a los jóvenes sometidos a una presión cultural que les engaña?
Creo que ahora mismo se ha creado una cultura con la que se está engañando a los jóvenes; una cultura que se ha creado intencionalmente por intereses comerciales. Esa cultura tiene mucho que ver con que se hagan rápidamente adictos a las pantallas, porque se ha legalizado la norma social de comprarle un teléfono móvil con conexión a internet a los niños desde muy pequeños, cuando su cerebro no está formado. De ahí el título del libro Salmones, hormonas y pantallas, una combinación que es malísima. Todo esto está creando una crisis de salud mental sin precedentes entre la gente joven. Lo que se ve más actualmente es que la primera causa de muerte entre los jóvenes es el suicidio y esto es dolorosísimo.
¿El suicidio es la punta del iceberg?
Sí. Debajo del suicidio hay muchos intentos no consumados de suicidios, mucha depresión, trastornos psiquiátricos... Y todo esto viene de que no es natural para un chaval estar en un ambiente que le proporciona la pantalla. Al otro lado de la pantalla está el depredador sexual.
Experto en nutrición. ¿Por qué le parece ahora más importante el tema de salud mental?
Mi especialidad es la Medicina preventiva y la Salud pública. Para prevenir las enfermedades, la nutrición es importantísimo, por eso me he metido tan a fondo en tema de la alimentación. Pero eso solo es una parte de mi trabajo, que es la Medicina preventiva. Cuando yo empecé en la especialidad, el principal problema era el tabaco que ha producido cien millones de muertes en el siglo XX, y ahora vemos que tiene una analogía con lo que está pasando con las pantallas.
¿Cuál?
El lema de las corporaciones multinacionales de las tabacaleras era introducir a jóvenes a los 13 años, y a los 15 eran clientes para toda la vida. Ahora estamos en un panorama parecido; los están atrapando a los 13 años y los tienen como clientes para toda la vida y se convierten en personas que no pueden dejar de depender de su pantalla, de su red social. Esto se puede ver en el bus, en el avión… no pestañean delante de la pantalla, no paran ni un segundo de mirar en lo que están enganchados, incluso pierden el sueño por la noche. Pasa lo mismo que con las tabacaleras, que tenían unos informes internos en los años 60 donde ellos habían demostrado que el tabaco producía cáncer y, sin embargo, lo tenían escondido y seguían diciendo que no pasaba nada.
¿Qué recomienda para no caer en las redes?
La alimentación, la actividad física, el sueño y el descanso, el enfoque que se le otorgue a las relaciones interpersonales en el sexo, el matrimonio y la familia, y el uso del tabaco, alcohol y drogas son los elementos clave que determinan si una vida será saludable o no. Las pantallas y las redes sociales están implicadas en buena parte de ellos; el peligro de las redes es que están ingenierilmente pensadas para generar dependencia y compulsión.
¿Explotan la bajeza de la condición humana?
El algoritmo de Tik Tok, por ejemplo, está estructurado computacionalmente para ir adelantándose a los gustos del usuario y ponerle en bandeja un anzuelo tras otro. Se han disparado los casos de jóvenes con diversas alteraciones neuropsiquiátricas en relación con Tik Tok y ya se empieza a hablar de enfermedad inducida por las redes sociales.
¿Esto mismo ha pasado con las grandes tecnológicas de las redes sociales?
Tenían informes internos que decían que sus pantallas, sus redes, producían ideas suicidas, aumentaban las ideas suicidas, los trastornos de las conductas alimentarias... Y esto lo tienen bien escondido, de cara al público dicen todo lo contrario; todo esto se destapó con un documental titulado El dilema social, donde los que aparecían eran precisamente antiguos empleados de esa compañía, y con todo lo que destapó The Wall Street Journal. Insisto, es todo muy parecido con lo que pasó con las tabacaleras. Son negocios basados en la adicción y que perjudican tremendamente la salud de la población.
¿Qué papel juegan las redes sociales?
Tienen detrás unos sistemas de inteligencia artificial, unos algoritmos, que están diseñados para que, a medida que los utiliza más gente, vayan aprendiendo mejor cómo enganchar a todo el mundo. Y es muy difícil competir con esto; dar un teléfono móvil a un chaval de 14 o 15 años es como darle un Ferrari, que se meta por una carretera llena de imprudencias y se vuelva loco al volante. No le damos el coche hasta los 18 años, pues habría que abrir un debate para saber a qué edad habría que darle un teléfono móvil con conexión a internet. Yo digo que los padres listos les dan teléfonos tontos a sus hijos, no les dan teléfonos listos que tienen conexión a internet.
¿Hacia dónde va una sociedad con jóvenes que solo valoran la inmediatez?
Es un problema grave. Es la cultura del enrolle rápido y luego si te he visto no me acuerdo. Es una cultura que desprecia los aspectos más personales, más elevados de la sexualidad humana y los reduce a lo meramente corporal, a lo meramente genial y a usar todo esto de la sexualidad para desahogo. Algunos lo habían presentado como el no va más del paraíso en la tierra y de la felicidad suprema, y en realidad está conduciendo a la sociedad con más depresiones y suicidios de la historia. No da la felicidad precisamente.
¿Los estudios y los datos hacen evidente este problema?
Hay una muestra representativa con mujeres estadounidenses, publicado en revistas solventes desde el punto de vista epidemiológico, y tenemos un problema, porque interesa a una serie de industrias multinacionales y poderosísimas. Los de Salud pública somos unos pobrecitos a su lado. Ellos tienen mucho dinero y quieren crear una ingeniera social que favorezca esta mentalidad superficial, efímera, que considere la sexualidad simplemente como un desahogo. Además, la sífilis se ha multiplicado por diez desde el año 2000 en este país. También han crecido los suicidios en este país desde que se ha popularizado esa cultura de la sexualidad. Todo esto requiere una consideración profunda de intervenciones de Salud pública porque está dañando a la Salud pública.
¿No solo hay comida y bebida basura, también hay cultura basura?
Sí, y está dominada por la obsesión de buscar placeres físicos y emociones instantáneas a todo trapo y a corto plazo. Estamos en una sociedad hipersexualizada, quizás la primera sociedad sexocéntrica de la historia. En el libro propongo una revolución social frente a la cultura basura y la degradación de uno de los aspectos más nobles de la biología y la psicología humana, las relaciones afectivos-sexuales. Como señala el filósofo Byun-Chul Han, lo obsceno en el porno no consiste en el exceso del sexo, sino en que allí no hay sexo. De hecho, el porno, debido a la escalada que crea, como toda adicción, puede fomentar ese caldo de cultivo que incentiva patrones de conducta proclives a la violencia sexual.
¿La pornografía perjudica al cerebro?
La adicción a la pornografía trasciende al aspecto cultural; la mejor ciencia médica sabe que las imágenes pornográficas producen un efecto deformante a nivel cerebral. El adicto a la pornografía experimenta una reducción de su corteza prefrontal, la zona más relacionada con la capacidad intelectual.
¿El libro no es de moral ni de religión?
Es cien por cien ciencia epidemiológica bien fundamentada y es un apoyo para los que quieren ser salmones que nadan contra corriente, que tienen esa valentía y que afortunadamente van en esa dirección y otros que no son tan jóvenes, pero van en esa dirección al ver las consecuencias desastrosas de esas conductas.
¿Qué tendríamos que hacer?
La Salud pública es imparable; hay que ser optimistas. Esto tardará tiempo, pero hay soluciones que pueden cambiar la alarma social si nos basamos en pilares como la educación. Hay que apoyar mucho a los padres, hay que hablar sin complejos de toda esta información, con valentía, como se hace el libro. En ese aspecto estoy muy feliz, porque el libro ya va por la segunda edición y no paro de recibir mensajes de gente que está impresionada porque por fin alguien habla con valentía, con claridad y apoyado no en moralina, sino en la evidencia científica. Es un libro que puede abrir los ojos a muchos jóvenes, que les puede dar recursos para ser salmones que nadan contra corriente, y también puede ayudar a los padres para tener diálogos con empatía, con suficiente comprensión y con sinceridad con su hijo.