Acostumbrado a las broncas por la ley de amnistía y sus derivadas, agradezco las polémicas agrias por menudencias como la elección de la canción que va a representar a España en Eurovisión. Sueño con media sonrisa impostada, eso también lo digo, con el día lejano o inexistente en que la gresca sea por la opción de Euskadi en esa inmensa tontería que es el festival de cursiladas, memeces medio divertidas y flagrantes tomaduras de pelo que avala la Unión Europea de Radio y Televisión. Si el sarao ya era casposo en los tiempos en la que la roja Massiel abrillantó la dictadura franquista, lo sigue siendo más de medio siglo después, cuando la progresía megaarcoiris bendice un certamen que pone alfombra roja (de sangre, perdonen el exceso demagógico) a la participación de Israel, que acredita más de 30.000 muertos en Gaza en su criminal respuesta armada a la injustificable acción de Hamás del 7 de octubre de 2023.
Creo, de hecho, que el único debate serio habría sido sobre si, en estas circunstancias, procedería o no un boicot. Sin embargo, aquí estamos dándole vueltas y revueltas a una canción desafinadísima que contiene la palabra zorra en su título y, reiteradamente, en su letra. Como primera reflexión, habrá que reconocer que la banda Vulpess se adelantó cuarenta años a su tiempo con un tema, por cierto, infinitamente más cañero que el actual; un recuerdo para Carlos Tena, allá donde esté, que pagó muy caro el atrevimiento de dar cancha a las cuatro irreductibles vizcaínas. Por lo demás, resulta tan enternecedor como ilustrativo ver cómo los argumentos en contra (no tanto los favorables) coinciden al fondo a la derecha y al fondo a la izquierda. O cómo desde postulados feministas se celebra la pieza como la leche en verso del empoderamiento o se vitupera por su mensaje rancio y machirulo. Y hasta Sánchez entra al trapo, qué más queremos.